Microrrelato

Sencillamente tú

Por Jesús García Jiménez

No hay necesidad de situar esta historia en un lugar preciso, ni tampoco en un intervalo de tiempo concreto. Digamos que un día cualquiera, en una ciudad cualquiera, nació una niña sana y hermosa como el regalo más extraordinario y prodigioso que la vida había brindado a aquellos padres primerizos, siendo ese momento de un inmenso júbilo y alegría para toda la familia. Su llanto, como mensaje de sufrimiento tras abandonar la seguridad del vientre de su madre hacia un mundo incierto y hostil, era música celestial para los oídos de todos los presentes. Solo unos minutos después, aquellos ojos claros se abrían de par en par observando el entorno nuevo y desconocido que se aparecía ante ellos.

La infancia y la niñez de aquella chiquilla transcurrieron felices, en un proceso de aprendizaje y descubrimiento continuo, de asombro por aquellas cosas nuevas y misteriosas llamadas “cuando seas mayor lo entenderás”. El tiempo, implacable, transcurrió impertérrito en su abrumador avance y las leyes naturales convirtieron a aquella niña feliz y risueña, curiosa, en una adolescente responsable y respetuosa gracias a la educación de unos padres sensatos y juiciosos herederos de los valores de unas generaciones ya perdidas en el regazo de la historia. La muchacha, formando forzosamente parte de esta sociedad inundada de cánones y preceptos, comenzó a ser bombardeada de forma inclemente con infinidad de mensajes sutiles y subliminales que, en cierto modo, la condenarían y la harían infeliz durante los trascendentales años en los que tiene lugar el proceso de consolidación de la personalidad individual en el ser humano.

Así, casi sin darse cuenta, se vio llevando ropas y vestidos más para el agrado de los demás que para el suyo propio. «Chica, vistes que pareces una abuela», le habían dicho una vez. Aquellas palabras, impactantes para una adolescente, supusieron un punto de inflexión tras el cual sintió la necesidad de ir ataviada con prendas siempre a la moda y sin las cuales, despojada de ellas, dejaba de sentirse guapa y atractiva. «Tienes una piel muy pálida, y además eres muy pecosa» le habían reprochado en más de una ocasión. Fue así como descubrió el arte del maquillaje o de como llevar una careta sin elástico, de modo que pudiera ocultar la verdadera naturaleza de su preciosa piel blanca rosada punteada de graciosas motitas y lunares que le daban a su rostro un toque de cierta travesura. «Si te pones tacones, tus piernas aparentan ser más largas y se alarga tu silueta. Además, te obligas a caminar erguida y así se te ve más estilizada», le aconsejaron una vez, omitiendo el hecho de que andar sobre ellos le ocasionaría, en ocasiones, dolores insufribles en los pies y ningún beneficio para sus todavía jóvenes espalda y articulaciones. Sin aquellos altos y espectaculares tacones de aguja se sentía, bajo la errónea percepción que albergaba de sí misma, bajita y regordeta, de aspecto feo y desagradable para todos aquellos que de algún modo eran parte de su vida social. «Lo siento, esta es la talla más grande que tenemos», se había disculpado la dependienta de uno de los establecimientos de una muy popular cadena de tiendas de ropa. Avergonzada, volvió a su casa con un profundo sentimiento de desazón. «Estoy gorda», pensaba con amargura mientras se sentía más sola e insegura que nunca rodeada de decenas de rostros desconocidos en el abarrotado tren subterráneo. A partir de aquel día, ya nunca volvió a comer sin la oscura sombra del remordimiento y la culpabilidad, ya nunca volvió a disfrutar de los platos de su querida madre. La comida y el acto de comer se convirtieron en sus enemigos porque la hacían, según su propio razonamiento, gorda y fea, la convertían en alguien no deseada.

De este modo, viéndose atrapada en una vorágine de complejos y confusión, aquella muchacha llegó a sentir vergüenza de sí misma, complejo e inseguridad si se despojaba de la enorme y pesada armadura compuesta de toda clase de atavíos bajo la cual se refugiaba diariamente para enfrentarse a la sociedad que la consumía. Pero merecía la pena para sentirse guapa y atractiva, observada con ojos amables y de admiración. Así, sintiéndose fea y con la autoestima a la altura de sus tacones, se enamoró de un chico atrayente y seductor, popular y bizarro, pero también arrogante y desdeñoso que mostraba poca estima y casi ningún aprecio por aquella joven que bebía los vientos por él y que lo único que recibía a cambio era un trato despectivo y frío, como si no fuese digna de sus sentidos. Pero a ella le parecía algo normal, pues sabía que en el fondo era una mujer poco atractiva y no podía más que sentir devoción por aquel que se había fijado en ella pese a no estar a la altura de lo establecido por una sociedad que se había inventado mujeres de mentira. Y sin darse cuenta, sin haber logrado aceptarse a sí misma, cayó en el fatal error de permitir que la maltrataran.

A ti, mujer, que eres origen, dadora y protectora de la vida, valiente, importante y decisiva, has de saber que tu verdadera belleza radica en tu actitud e inteligencia. Por esa razón, jamás permitas que nadie arranque de tu pensamiento la firme convicción de que eres increíblemente hermosa y encantadora siendo… sencillamente tú.

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2 comentarios

  1. María

    Buenas noches Jesús,

    Tu historia es la historia de muchas mujeres. Las mujeres estamos sometidas a la crítica de estar perfectas físicamente ya sea en el ámbito laboral, social o en las relaciones de pareja. Todo el mundo nos somete a una presión y se sienten con derecho a que seas y te sientas como ellos quieren que seas y no como tú eres. Tienes que estar perfecta a ojos de los hombres y ser atractiva para que te valoren y te den su visto bueno.
    Pero lo verdaderamente importante es que cada mujer se quiera, se respete y se acepte tal y como es, por dentro y por fuera. Te tienes que valorar primero tú con lo bueno y con lo malo.
    Eso no quita que si me arreglo y me visto lo hago a mi gusto, me maquillo porque me gusta, me cuido por mí y no me importa si gusto o no a los demás. La que se tiene que sentir bien soy yo y lo que opinen los demás no me importa.

    Quererse a uno mismo es entender que no necesitas ser perfecto a ojos de los demás.

    Te deseo una feliz noche y nos vemos en la próxima lectura. Cuídate mucho y nos vamos siguiendo 🙋🏻‍♀️😊

    1. jgarcia

      Hola María,

      Estoy de acuerdo contigo en todo lo que has plasmado en tu comentario, acertadísimo como siempre. Lo principal es quererse a uno mismo sin la necesidad de aparentar nada que no se es a ojos de los demás. La auténtica belleza de una mujer es su inteligencia y su capacidad de mantener una charla interesante. Lo demás es todo envoltorio.

      Gracias por leerme y por tus amables palabras para conmigo y mis textos. Cuídate mucho y nos vamos siguiendo 🙏🏻🙋🏼‍♂️🤗

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