
Si se empobrece la lengua se empobrece el pensamiento
Fernando Lázaro Carreter
El ritmo de vida del siglo XXI es vertiginoso. El individuo se ve forzado a moverse rápido en el día a día, tanto en la parcela profesional como en la personal. La sociedad maneja una cantidad de información apabullante, como nunca antes lo ha hecho, y del mismo modo se ve obligada a responder a parte esa información. Lejos quedan aquellos días de salas repletas de secretarias transcriptoras e inmensos escritorios cubiertos de diccionarios. En la actualidad, gran parte de nuestro trabajo se lleva a cabo tecleando a toda velocidad tanto en dispositivos para la creación de contenido como en otros más pequeños, personales, con la presión de responder cada vez más rápido a la ingente cantidad de chats y correos que ingresan en la bandeja de entrada.
Sin embargo, eso no justifica en absoluto la vasta cantidad de errores ortográficos que pueden hallarse por doquier, en textos de cualquier naturaleza, desde novelas elegantemente editadas de autores renombrados hasta artículos de periódicos digitales redactados por becarios en prácticas. Es lamentable observar las injurias cometidas para con las leyes de la ortografía y la gramática en la escritura actual, en una época en la que nos vemos abrumados por una colosal cantidad de comunicación digital escrita y visual. Y desgraciadamente es muy fácil advertir, no sin asombro, la exagerada cantidad de nuevas formas de escribir, ajenas todas a las reglas básicas de la ortografía.
El lenguaje escrito es una maravillosa herramienta de comunicación con la que pueden expresarse conocimientos, ideas y sentimientos, pero debe ser utilizada correctamente y con propiedad. Escribir debidamente no solo demuestra el aspecto evidente de tener cultura, sino que además supone el respeto hacia las personas a las que nos dirigimos y también hacia nosotros mismos; prueba que una persona se siente orgullosa de sus conocimientos y se consigue una mayor atención por parte de los receptores del mensaje, evitando de paso las malas interpretaciones de aquello que se pretende transmitir. No hacerlo puede costar un empleo, una materia suspensa en la universidad o dejar de ser admirado por alguien. La mala escritura es un enemigo silencioso: la gente te lee, mira el error, piensa mal de ti, pero no te dice nada.
Sin embargo, lo cierto es que aquellos que deberían ser los garantes de una elegante escritura y del cumplimiento de las normas ortográficas son los que en mayor número y más flagrantes errores cometen. Fallos algunos de ellos escandalosos hasta el punto de alcanzar cotas grotescas y estrafalarias, albergando incluso un punto cómico, si no directamente vergonzoso. Y es que ni siquiera las grandes citas literarias y del mundo editorial se libran de estos trances:



Así como tampoco la prensa escrita:









Ni la televisión:

Pueden darse situaciones en las que se sacrifica la precisión, la excelencia y la corrección ortográfica en favor del estilo y la estética, como es el caso de la portada de este libro, un ensayo publicado por la editorial Stvdivm en 1973, que debería llamarse Panorámica actual del ateísmo y que sin embargo reza como panoramica actual del ateismo, sin tildes ni mayúsculas. Para no desentonar con el paisaje, el autor, el cardenal y teólogo Georges Marie Martin Cottier, viene citado como g.m~m.cottier, en minúsculas y con una incomprensible virgulilla en mitad del nombre.

Si usted es aficionado a la lectura, muy probablemente se habrá topado con libros que albergan faltas de ortografía en su interior, y algunos de ellos en cantidades vergonzantes. Seguramente se habrá preguntado cómo es posible que haya editoriales que permiten publicar libros con errores de ortografía y gramática, y no me estoy refiriendo a un despiste aislado -que a todos nos ocurre, aun habiendo revisado el texto antes de darlo a conocer- o una tilde, sino a obviar casi por completo el uso de tildes en todo el libro, confundir “ahí” con “hay”, emplear de forma errónea e incoherente los tiempos verbales, no usar comas ni puntos, mayúsculas y otras barbaridades por el estilo que usted, al igual que yo y que cualquier persona medianamente aficionada a la literatura, hemos tenido que soportar e ignorar con cierto rubor. Esto, si ya es difícil de admitir, por ejemplo, en un blog independiente que únicamente es revisado por el propio autor, se convierte en algo del todo inadmisible en un libro publicado por una editorial, dado que el manuscrito pasa varios filtros y es examinado por editores y correctores de estilo antes de ir a parar a manos del lector.
Según la doctrina del filósofo alemán Martin Heidegger, «se le ha dado al hombre el más peligroso de los bienes, el lenguaje, para que muestre lo que es…». No en vano, el lenguaje es como un iceberg en el cual las reglas ortográficas y sintácticas de una lengua es lo que está visible en la superficie; lo demás, lo muchas veces ignorado, son las relaciones sociales y políticas que le dan a cada lengua una configuración específica, y determinan los hechos lingüísticos en general. A través del lenguaje se dota al mundo de sentido, es la materia prima con la que se construye todo horizonte cultural, y como depositario de las relaciones de poder que se ejercen en una sociedad, representa en sí una poderosísima herramienta para atender los problemas de los diversos órdenes de la realidad humana.
Es precisamente aquí donde cabe hablar acerca del lenguaje no sexista, de género neutro o más comúnmente conocido como lenguaje inclusivo, una suerte de reforma lingüística propuesta dentro de los feminismos aproximadamente desde la década de 1970 en diferentes idiomas, aunque ha adquirido especial notoriedad en España e Iberoamérica debido la repercusión de varios colectivos y grupos políticos, en su mayoría compuestos por feministas millenials que han alcanzado, en algunos casos, las más altas esferas de la política debido a factores varios entre los cuales no se encuentran, ni de lejos, los méritos propios o la valía personal. El todes, elles, nosotres o vosotres, por citar solo algunas de las aberraciones a las que estamos condenados a oír y leer en la actualidad, son, según estos colectivos y grupos, parte del lenguaje inclusivo, del cual la Real Academia Española considera que es un conjunto de estrategias que tienen por objeto evitar el uso genérico del masculino gramatical, mecanismo firmemente asentado en la lengua y que no supone discriminación sexista alguna.

Es fácil percatarse de que en la actualidad predomina la comunicación escrita, algo que no ocurría antes de la llegada de Internet a nuestras vidas. Hoy en día, incluso las llamadas o reuniones se resumen por escrito para mantener un registro de lo que se ha dicho, y los correos electrónicos de texto son uno de los canales preferidos de comunicación por parte de organismos y corporaciones, dado que queda registrado todo lo notificado y expuesto. Entonces, ¿cómo se explica esta caída del nivel ortográfico en una época en que la comunicación escrita está más presente que nunca en el día a día tanto personal como profesional?
Según expertos y analistas, existen numerosas razones que pueden explicar este fenómeno, como por ejemplo un modelo educativo en el que los estudiantes pueden pasar de curso e incluso llegar a bachillerato sin necesidad de aprobar la materia de Lengua, dado que no tiene el carácter de asignatura llave, y en el que, además, cada vez es más habitual que los profesores acepten lo que se considera como ortografía natural, es decir, la completa correspondencia entre sonido y grafía; los correctores ortográficos, los cuales dan la impresión -equivocada- de que ya no es indispensable conocer las reglas de ortografía, aun cuando éstos colocan a menudo palabras por su cuenta y riesgo que nada tienen que ver con el contexto; la disminución del tiempo de lectura en beneficio de la televisión; la era de la instantaneidad en la que respondemos mensajes de chat y enviamos docenas de correos a diario sin tomarnos el tiempo de releerlos con atención, empleando para ello un lenguaje con el que abreviamos y escribimos más rápido, olvidando así la verdadera ortografía de las palabras.
Por si fuera poco, se ha llegado al extremo de justificar, mediante ciertos libros de texto, las erratas y las faltas de ortografía, confundiendo a los escolares al usar nombres oficiales de las ciudades, como puede leerse en este interesante y descorazonador artículo titulado «¿Justifican los libros de texto las faltas de ortografía y provocan confusiones?».
Estará usted de acuerdo conmigo en que no es normal, y ni mucho menos admisible, que haya políticos que hablen en público sin respetar las normas básicas de la ortografía, o que haya directores de medios de comunicación en España que acudan a diferentes tertulias televisivas para decir, con total naturalidad, expresiones como «resulta de que». También estará de acuerdo en que una sociedad que se precie, una colectividad que verdaderamente se preocupe por su lengua, nunca habría permitido que alguien que desconoce las normas básicas gramaticales llegara a ser director de un medio de comunicación, con todo lo que eso conlleva, o mejor dicho, debería conllevar. Es una cuestión muy seria y nada baladí, porque de continuar con esta dinámica la ortografía está irremediablemente condenada, y con ella la lengua y el conocimiento. Y como dijo Sir Francis Bacon, «la soberanía del hombre está oculta en la dimensión de sus conocimientos».
Una sociedad educada y formada tiene que poseer, como requisito indispensable, un correcto manejo del lenguaje y una buena capacidad de comunicación, aspectos que permiten una mejor convivencia y un mayor progreso, y esto se logra siendo exigentes y tratando de que la lengua española sea respetada y bien empleada. Pero eso, en una juventud adicta al uso de las redes sociales, donde la excelencia de la expresión escrita no es ni mucho menos requisito indispensable, que desconoce lo que es el prestigio social que aporta la buena expresión y escritura, que en redes sociales escribe voluntariamente mal porque de otro modo piensa que está haciendo el ridículo, es harto complicado, máxime cuando personas con una gran responsabilidad debido a su posición social como son políticos, periodistas y comunicadores en general, han de ser los primeros en preocuparse por hablar y escribir correctamente y no lo hacen.
Con todo, y en base al refrán español que reza «todo tiene remedio menos la muerte», hay infinidad de ejercicios y estrategias para mejorar la ortografía y, con ello, la capacidad de expresar por escrito con corrección y elegancia, sin llegar al extremo al que llegó un profesor de la India, acusado de matar a golpes a un alumno por un error de ortografía. De todo hay en la viña del señor.
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