Microrrelato

Verde esmeralda

Por Jesús García Jiménez

La noche se antojaba serena y hermosa, repleta de delirios y fantasías, musa etérea para una mente de poeta. Acudía templada, llena de perfumes y rumores apacibles, coronada por una luna blanca y serena que brillaba en toda su plenitud y destacaba culminando un cielo infinito, luminoso y transparente. La grandiosidad del lugar, no menos espectacular bajo aquella claridad argentada, era estímulo suficiente para salir a pasear hasta la orilla del río que fluía sereno a unos cincuenta metros ladera abajo de la solitaria cabaña, al cual se llegaba por una vereda que zigzagueaba suavemente entre árboles y matorrales. Decidido a disfrutar de la soledad en toda su excelencia, salió por la puerta y tomó el estrecho sendero en dirección a aquella mansa corriente de agua que pasaba indolente lamiendo las piedras redondas del lecho y las riberas salpicadas de floreciente vegetación. El viento, suave y amigable, contribuía a la magia del ambiente suspirando con un gemido mientras agitaba con delicadeza las hierbas altas y exhalaba deleitosos rumores en su peregrinaje por entre las hojas de los árboles.

Alentado por los sonidos de la noche se aventuró sobre la ribera y trepó a la coronación de un pequeño azud que derivaba agua del río hacia un molino cercano. Se sentó en el escalón de uno de los muretes que se alzaban sobre muro principal, y rodeado de riscos y barrancas teñidos de verde, frondosos pinos y lozanos arbustos, se dejó caer al vacío en su universo de fantasía, absorto en infinitas quimeras y eternos imposibles. Entonces, casi por ensalmo, le pareció oír, destacando sobre el relajado murmullo de las aguas, unas leves pisadas y el crujir de una ramita al otro lado, en la ribera opuesta. Parecía que alguien, estando sobre el muro, quizás en el mismo estado de ensoñación en el que él mismo se encontraba, hubiese huido al ver amenazado el disfrute de su propia soledad. Paralizado por la impresión de no saber si aquellos evasivos movimientos eran de una persona o de alguna criatura del bosque, en cualquier caso fugaz y escurridiza, permaneció durante unos instantes en tensión y con todos los sentidos en alerta, hasta que allá lejos, por entre los cruzados e informes troncos de los pinos, creyó divisar una forma humana que se ocultaba en el laberinto de sombras y follaje, vestida con un traje de orla de algún color oscuro difícilmente perceptible, pese a la generosa y pálida claridad que brindaba la Luna. Y de repente, una súbita clarividencia inundó su entendimiento: «Es ella», pensó con su cuerpo totalmente rígido por la emoción, inmóvil cual estatua de sal que recordara a la esposa de Lot en el libro del Génesis.

—¡Es ella, la musa de mis versos, la soberana de mis anhelos! — murmuraba preso de una extraña emoción, invadido por una exultación más propia de los personajes literarios que rondaban por su mente que de un pobre cuerdo que vaga errante por el mundo de los vivos. —Alma solitaria, soñadora e insumisa, gusta de vagar inmersa en la quietud del silencio de la noche para colmar de pensamientos su esperanzada prudencia. Es ella, la culminación de mis expectativas más ilusas— susurraba ahora esforzándose por discernir algún rastro de su improvista amada entre la confusión de oscuras formas y la amalgama de sonidos apenas perceptibles que le exhortaban apremiantes en un lenguaje desconocido. —¡Su voz! ¡He oído su voz! — decía mientras prestaba atención, totalmente quieto, los ojos muy abiertos y fijos en la orilla opuesta, intentando reconocer a la mujer que le cantaba y se escurría en la oscuridad. Un leve rumor entre los arbustos hizo fijar su atención en otro punto, creyendo haberla visto moviéndose con andar tranquilo, majestuoso y acompasado, elegante y armonioso como las notas de una refinada melodía. Y le pareció oír nuevamente su voz, esta vez más clara y también más tenue y delicada. «Quizá por eso sus palabras se confundan con el efímero y sugerente rumor del viento» pensaba ahora para sí mismo en un creciente estado de excitación, «puedo oír el crujido de su traje acariciando la vegetación a su paso por algún lugar que quisiera adivinar. ¿Qué ha sido eso? ¡Un suspiro! Sí, un suspiro que me lanza para que vaya en su busca. Acaso no pueda comunicarse con palabras, o tal vez hable una lengua extranjera y sus delicados movimientos y susurros sean su forma de atraerme hacia sí. Suenan dentro de mi cabeza, no sé qué me dice». Avanzando hacia el lugar del que creía que provenían los reclamos, gritó: —¡Espera, no te vayas! Ojalá pudiera saber lo que dijiste, pero aunque no sea capaz de descifrar tu incomprensible lenguaje, aun cuando huyas de mi presencia mezclándote entre el denso follaje de estos hermosos bosques colgados de abismos y quebradas, te encontraré—. Ya en la otra orilla, a cuyo arribo estaba exhausto, no por la escasa distancia que le separaba instantes antes del lugar, si no por la vorágine de emociones que le embargaba la razón, le pareció distinguir la huella de unos pies ligeros y delicados, de exquisita forma. De repente, entremezclado con el aroma de las flores del campo pudo percibir un perfume especial, aspirado a intervalos, del cual no albergaba dudas de que pertenecía a aquella misteriosa mujer, emergida de sus versos y protagonista de sus íntimas conversaciones con la Luna y las estrellas. —Oigo sus pisadas sobre el manto de acículas y el crujido de su traje que arrastra por el suelo y roza en los arbustos. Y se apresuraba ahora aquí ahora allá, para terminar dando un salto acullá y no ver más que piedras, matorrales y ramas de árboles. —Siguen sonando sus pisadas, y me ha hablado ¡detrás de mí! —. Entonces se giró bruscamente y quedó paralizado al ver, a cierta distancia, a una mujer con un elegante vestido largo de color verde a juego con sus ojos rasgados de mirada misteriosa, la única facción que pudo distinguir de entre aquel rostro que suponía níveo y angelical.

Hipnotizado por aquella visión, se dejó arrastrar a un estado voluntario de abducción hacia aquellos ojos que a él le parecieron extraordinariamente expresivos y melancólicos. Y se fijó en su espesa melena rubia, que flotaba acariciada por la brisa brillando dorada al reflejo de la luz que la Luna derramaba, y le pareció una mujer alta y esbelta, de hermosísimas proporciones, digna del pincel del más excelso artista del Renacimiento. Su boca dibujó una leve sonrisa, misteriosa, mostrando unos dientes perfectos en forma y proporción, blancos cual collar de perlas, a la vez que su cuerpo todo giró lentamente, casi recreándose, para encarar el tranquilo curso del río y colocarse al borde del muro. Una vez ahí dio un paso al frente, serena y segura, para caer a las aguas mansas y desaparecer en sus profundidades sin la menor señal de conmoción o tumulto. Horrorizado, acudió al lugar desde el cual su mística beldad le había dirigido aquella última y enigmática mirada, y al no ver señal alguna que le indicase que estaba ahí se arrojó tras de ella, con el firme propósito de sacarla nuevamente a la superficie o de hundirse con ella, pero como fuere, para permanecer por siempre con ella…

Un brusco sobresalto le arrancó del mundo de los sueños y le devolvió la consciencia. Silencio absoluto. Se encontraba junto a la chimenea, aún con algunos rescoldos que aportaban cierta claridad tenue a la estancia. No sabía qué hora podría ser, pero a juzgar por la densa penumbra que lo inundaba todo, debían de faltar algunas horas para el alba. Profundamente turbado por la fantasía en la que se hallaba hasta hacía apenas unos instantes, permaneció sobre el jergón de paja con los ojos abiertos apuntando a las robustas vigas de madera que cruzaban el techo, pensativo, sin poder conciliar de nuevo el sueño. «Esos ojos verdes… su pelo, su sonrisa… ¿Acaso esa mujer no es más que un engaño de mi cruel subconsciente? ¿Es posible que solo exista en mi cabeza? Su voz, no pude distinguirla; sus palabras, ininteligibles. Quería decirme algo, pero ¿qué? Sus ojos verdes, a juego con su traje, hermoso y todavía inapropiado para estos parajes… Solo fue un sueño, pero ¿y si no? Le llamaré Esmeralda, y solamente ella será la dueña de mis pasiones. La buscaré, la encontraré, y a ella entregaré la llave bajo la cual guardo celosamente las potencias de mi alma».

Tras algunas horas de implacable insomnio plagadas de no pocas cavilaciones, el canto de los gallos anunció la llegada del alba, y sin acusar cansancio alguno, presa de la excitación que se apoderaba de todo su cuerpo, se levantó, y sin llegar a desayunar, preparando las valijas apresuradamente, se puso en camino de nuevo. —Dios guarde a usted— escuchó una voz que venía de atrás. Se volvió y encontró a un viejo labrador pobremente vestido, con un hatillo a la espalda y una azada en su mano derecha. —Buenos días tenga— respondió él. El hombre pasó caminando con cierta dificultad, debido no tanto al peso de los años como a la penosa vida que previsiblemente había llevado y que todavía soportaba para poder subsistir. —¿Hacia dónde va usted, señor? — preguntó. —Al molino, a echar el jornal. Hay un camino de mejor andancia, pero es más largo, y a mí me gusta tirar por esta vereda, cruzando por el dique el Charcón de la Esmeralda—. Le miró sorprendido, mostrando evidente sorpresa en su rostro, debido a la coincidencia del nombre de aquel lugar con el que había elegido para bautizar a su amada. El labrador, al ver la cara de sorpresa, le miró inquisitivamente, casi esperando una respuesta, y aquel le preguntó: —¿Por qué le llaman el Charcón de la Esmeralda?

—Es una historia triste— respondió el campesino, —una pobre muchacha cayó al río, ahí mismo, sobre el muro. Según se cuenta, estaba lavando la ropa de su señora cuando cayó al agua, y al no saber nadar, ya no salió de ahí. Lo raro es que nunca llegaron a encontrar su cuerpo. Es un misterio. Dicen que por las noches puede vérsele ahí, paseando en soledad, vestida con uno de los trajes que lavaba, descalza, de aquí para allá, y huidiza de cualquiera que pretenda alcanzarle o tan siquiera hablarle—. El narrador de la historia, perplejo por la reacción del otro, que mostraba si cabe más incredulidad y asombro que antes por las extrañas coincidencias que se daban entre lo acaecido en su sueño y lo ocurrido en la realidad, permanecía inmóvil esperando algún comentario. —¿Cómo era la muchacha? — preguntó finalmente. —Era una muchacha muy risueña y muy guapa. Yo era un chiquillo cuando pasó aquello, pero la recuerdo de haberla visto alguna vez por estos caminos y también por el pueblo, pero eso menos. Tenía la piel blanca, porque según decían ella trabajaba dentro de la casa, siempre pegada a su ama, los ojos verdes y una melena rubia, casi tan amarilla como el oro —no daba crédito a lo que estaba oyendo—, y como ya dije, un día, lavando la ropa en el río, se probó uno de los trajes de su señora, de color verde, y bailando con su caballero imaginario, despistada con las ilusiones propias de una moza, pisó mal y cayó al agua. Eso es lo que cuentan. Y nada más se supo de ella. Unos dicen que ahora el agua es verde porque se tiñó con el color del traje, otros que mientras lavaba lloraba por algo que le apenaba, y que ese color es por las lágrimas que salían de sus ojos y caían al agua, coloreándola de verde. —¿Cómo se llamaba la muchacha? — preguntó. —Esmeralda— respondió el labrador. Ante la flagrante estupefacción del otro, el narrador le miró con curiosidad, y sin entrar en más detalles o hacer pregunta alguna, dijo que continuaba su camino y se despidió con un cortés y grave vaya usted con Dios, dejándole ciertamente desconcertado y pensativo. «¿Cuánto de verdad podía haber en un sueño? ¿Vivimos una existencia henchida de fantasías o una fantasía doblegada por la existencia? Quizá los sueños no se hagan realidad, sino que ya, de por sí, sean una realidad».

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4 comentarios

  1. Karen Gottlieb

    ¡Hermoso relato, Jesús! Y supongo que los sueños son el lenguaje del inconsciente, de nuestros deseos profundos y no tanto que en algunas ocasiones se hacen realidad. Me resulta interesante tu reflexión final en donde decís que “los sueños son una realidad” y coincido con esto ya que muy probablemente coexistimos con múltiples realidades que a menudo convergen.
    Seguramente lo importante es poder plantearse metas, sueños a lo largo de nuestras vidas e intentar ir por ellos porque al fin de cuentas, soñar no cuesta nada y nos regala momentos de esperanza y felicidad.
    ¡Un abrazo Jesús!
    ¡Muy buen miércoles!
    Karen

    1. jgarcia

      Hola Karen,

      Gracias por leerme, me alegro de que te haya gustado. Los sueños son una realidad porque existen dentro de nosotros, y como dijo Pablo Picasso, «todo lo que puedas imaginar es real». Estoy de acuerdo contigo acerca de que lo importante es poder plantearse metas, sueños a lo largo de nuestras vidas e intentar ir por ellos, porque en definitiva, eso es lo que nos mantiene vivos.

      Un abrazo y me alegra verte por aquí de nuevo. Cuídate mucho, estamos en contacto 🙏🏻🙋🏼‍♂️🤗

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