
«Tus propios intereses están en juego cuando arde la casa de tu vecino»
Horacio
Ceuta. 11 de julio de 2002. Cerca de la medianoche. Me hallo tumbado sobre la cama en un estado de relajación absoluto, en el cual el sueño comienza a aparecer y el subconsciente se mezcla con la realidad en ese estado confuso donde las formas se desvanecen y se abren las puertas del mundo de los sueños. La televisión está encendida, puesta de fondo y con un volumen muy bajo. Ni siquiera le presto atención. El temporizador está programado para que se apague por sí misma. Y entonces… —¡Alarma, alarma! ¡Alarma, alarma! —. Abro los ojos de repente, confundido y sin saber muy bien de dónde proceden esas frenéticas voces. Salgo al pasillo del alojamiento, en calzonetas y sin camiseta, donde al igual que yo, otros están asomados intentando averiguar qué ocurre. Nos asomamos a los balcones y en el patio de armas está el cabo de la guardia, gritando órdenes para que todo el mundo se presente en el cuerpo de guardia en no más de cinco minutos.
Ante la enorme confusión generada al principio, todos pensamos mientras nos vestimos y nos amarramos las botas que, sin ninguna duda, se trata de algún ejercicio militar, algún regalo sorpresa que nos tienen preparado conforme al adiestramiento en combate nocturno. Pero la realidad es muy diferente. Al llegar al cuerpo de guardia, el desconcierto es manifiesto. Tanto los que pernoctamos en el acuartelamiento como aquellos que lo hacen en sus propias casas en la ciudad mostramos señales claras de estar confusos y desorientados, incluidos los propios mandos militares que, intentando mantener la compostura gritando órdenes para que las compañías formen en sus lugares respectivos, se ve claramente que no saben muy bien de qué trata todo esto. Y es ahí cuando todos comprendemos que no estamos ante un simple ejercicio de instrucción…
Tras una breve reunión de los oficiales, recuerdo que el capitán de nuestra compañía se acercó y nos dijo, con su característica voz ronca y su inconfundible tono seco y cortante: —Señores, Marruecos ha invadido una isla española que se encuentra muy cerca de aquí. A partir de este momento, todo el mundo destinado en esta unidad queda acuartelado y en estado de alarma. Pasad por la armería y recoged vuestros equipos. Va a ser una noche larga…—. La isla en cuestión no era una isla tal y como puede suponerse al oír tal nombre, sino que se trataba de un islote deshabitado hasta el momento con escaso valor geoestratégico y nulo valor económico: el Islote de Perejil.


El resto de la historia casi todo el mundo la conoce -al menos en España-, y como no podía ser de otro modo en este santo país, no estuvo exenta de polémicas ni de hechos significativos e incluso esclarecedores. Como por ejemplo, que el respaldo internacional hacia España no fue, ni mucho menos, unánime: EEUU prefirió mantenerse al margen hasta el final, cuando a la postre llamó a la negociación entre ambas partes; de las tres grandes potencias de la Unión Europea, Francia directamente se posicionó del lado de Marruecos, mientras que Reino Unido y Alemania se mantuvieron neutrales y no se pronunciaron, al menos durante los primeros días del conflicto, e Italia brindó desde el primer momento su total apoyo al Gobierno español; la Unión Europea, con su característica ambigüedad e indecisión, dudó en un primer momento, aunque más tarde se alineó sin reservas con la postura española y exhortó al retorno sin demora del statu quo anterior. El análisis de la situación dejaba translucir un hecho evidente: la falta de apoyos internacionales, especialmente de los principales socios de la OTAN, significaba que, ante la posibilidad de un conflicto militar con el norte de África, el ejército español estaría solo, por lo que se presentaba la necesidad imperiosa de una modernización de sus capacidades geoestratégicas y armamentísticas.
Todo eso en lo referente a política internacional. Pero también hubo polémica en la política nacional y en la propia sociedad española, generándose un encendido debate en torno a la necesidad o no de defender el islote. El diario ABC llegaría a plasmar perfectamente, en uno de sus artículos, la opinión de muchos españoles acerca del conflicto y de las operaciones militares llevadas a cabo, diciendo “y todo esto por una isla que no vale ni el combustible de los helicópteros”. Muchos, a los que yo mismo pude escuchar en persona, decían: “¿y qué ganamos nosotros defendiendo un pedrusco en el que no hay ni cabras? Anda y que se lo den a Marruecos, total, a nosotros no nos sirve para nada…”. Además, la opinión entre políticos, diplomáticos y militares no llegó a ser unánime sobre la conveniencia ni el éxito de la operación, ya que mientras que el Gobierno afirmaba que la seguridad de su personal era lo fundamental y que esta operación constituía una excelente oportunidad para testar la coordinación entre los distintos ejércitos -fuerzas terrestres, aéreas y navales-, algunos sectores militares mantuvieron que tantos riesgos y esfuerzos de coordinación resultaban innecesarios e incluso arriesgados. Lo que resulta indiscutible es que la Operación Romeo-Sierra -que así se llamó el conjunto de actuaciones militares para restablecer el statu quo por parte de España- fue, desde que se gestó en los despachos hasta que culminó con el desalojo del islote y la entrega de los militares marroquíes a las autoridades competentes, un acto principalmente simbólico en el que el Gobierno español quería demostrar su disposición y decisión a la hora de emplear todos los medios a su alcance, incluida la fuerza militar, para detener cualquier tipo de acción por parte de Marruecos en lo referente a la soberanía y a los territorio nacionales, en los cuales no habría cesión o negociación alguna, como sí ocurrió en los años sesenta del siglo pasado con el enclave de Ifni y en los setenta con el Sáhara español, y de los que hablaré más adelante en este mismo artículo.

El caso del Islote de Perejil es ciertamente inusual y, cuando menos, rocambolesco. Porque aquellos hechos, que pudieron ser el detonante de un conflicto armado de alta intensidad entre dos países soberanos, fueron derivados del ataque a un territorio desconocido para la inmensa mayoría de los españoles -y del mundo-, pero que traían aparejado un enorme simbolismo que despertaba viejas memorias en el colectivo nacional acerca de la continua escalada de reclamaciones de Ceuta y Melilla y las obtenciones de territorios en el Protectorado Español y el Sáhara por parte de Marruecos. Por otro lado, los motivos de este último para llevar a cabo una acción tan arriesgada y que en última instancia le fue perjudicial desde la perspectiva internacional no están del todo claros. Algunos argumentan que el rey Mohamed VI, que accedió al trono en 1999 sucediendo a su padre, Hasán II, necesitaba dar un golpe de autoridad, para lo que acudió a las históricas reivindicaciones que culminaron en éxito décadas atrás; mientras que otros defienden la posibilidad de que no fuera el propio rey quien ordenara iniciar la acción, sino algunas facciones de su Gobierno con el propósito de desgastarlo y desacreditarlo ante la comunidad internacional. Otra explicación, y esta es una opinión personal mía que me he ido forjando con el tiempo, es que Marruecos, mediante esta acción a todas luces ridícula y con nulas probabilidades de éxito, estuviese tanteando al Gobierno español para ver cómo reaccionaba ante un ataque directo a su soberanía con el fin de evaluar y, según el resultado de esta operación menor, pasar a la ofensiva con pretensiones territoriales de mucha mayor importancia económica y geoestratégica, refiriéndome concretamente a las plazas de Ceuta y Melilla e incluso a las Islas Canarias.

Pero aquello solo fue otra consecuencia más, natural podría decirse, de una relación históricamente complicada y llena de encontronazos diplomáticos y armados. Para conocerla mejor, hay que remontarse a principios del siglo XX, cuando en 1912 el estado español estableció el Protectorado en Marruecos en dos zonas de seguridad de sus territorios: al norte, con una franja rodeando las ciudades de Ceuta y Melilla, y al sur, con otra franja que protegía el acceso a la colonia del Sahara Occidental. La población nativa nunca estuvo conforme con un protectorado por parte de un país extranjero, y en 1913 estalló una rebelión contra la ocupación española dirigida por el político y líder militar Abd-el Krim. Su ejército consiguió infligir una dura derrota a las tropas españolas en el conocido como desastre de Annual (🔗), en julio de 1921. Con la ciudad de Melilla sitiada por ejércitos enemigos, el Estado Español se vio inmerso en una gran crisis que desembocó en la Dictadura de Primo de Rivera. No sería hasta 1925 cuando, mediante la primera operación militar anfibia de la historia -años después el general estadounidense Dwight Eisenhower estudió a fondo la táctica empleada por los españoles para trazar el plan del desembarco de Normandía-, se lleva a cabo un desembarco por parte del ejército español, apoyado por un pequeño contingente francés, en Alhucemas (🔗), pacificando definitivamente toda la región. Algunos años más tarde, los ciudadanos marroquíes exigieron igualdad de trato con los ciudadanos españoles, pero el Gobierno solo concedió la nacionalidad a los marroquíes judíos e inicia la invasión de Ifni, un territorio en el suroeste de Marruecos, en 1934. Los 34.000 soldados -tanto españoles como nativos- que estaban desplegados en la zona del protectorado, de los cuales muchos de ellos pertenecían a unidades de infantería de élite del ejército de aquella época, fueron de vital importancia, tanto táctica como psicológicamente, durante los inicios de la Guerra Civil Española en el bando de los sublevados.

Tras el desembarco aliado en Marruecos durante la Segunda Guerra Mundial, surge la aparición de partidos políticos reclamando la independencia de Marruecos. En 1956 Francia reconoce su independencia, haciendo lo mismo España el 7 de abril de ese mismo año. Pero las presiones nacionalistas no acabaron y las tropas marroquíes atacaron la zona sur del protectorado español y Sidi Ifni, dando así inicio a la Guerra de Ifni (🔗), que tuvo lugar entre el 23 de noviembre de 1957 y el 30 de junio de 1958 y que desembocó en la firma, el 1 de abril de ese año, del acuerdo de Cintra entre los Gobiernos español y marroquí, por el cual se entregaba a Marruecos Cabo Juby y quedaban Sidi Ifni y el resto del Sáhara bajo soberanía española.

España mantuvo la posesión de Ifni hasta 1969, cuando las Naciones Unidas instaron a la descolonización de Ifni y el Sáhara Occidental, aunque el control español sobre este último se mantuvo hasta 1975. En un contexto político tremendamente complicado para España, aislada a nivel internacional y con una enorme presión por parte del Gobierno marroquí, éste reclama su soberanía sobre el Sáhara Occidental y en 1975, con Francisco Franco moribundo, Marruecos convoca la Marcha Verde (🔗), una invasión llevada a cabo principalmente por niños y mujeres desarmados para recuperar los territorios del Sahara ocupados por España, y a los que se unieron también 25.000 soldados de las Fuerzas Armadas Reales marroquíes que se dirigían a la provincia española por el este, y en la cual contaron con el apoyo de EEUU y Francia, que se posicionaron de este modo en contra de Argelia y del Frente Polisario (🔗) -movimiento de liberación nacional del Sahara Occidental fundado el 10 de mayo de 1973, que trabaja para acabar con la ocupación de Marruecos y conseguir la autodeterminación del pueblo saharaui-, aliados de la Unión Soviética. El 14 de noviembre de 1975 -seis días antes del fallecimiento de Franco- se firmó el Acuerdo Tripartito de Madrid, por el que España renunciaba al dominio sobre el territorio saharaui y se transfería a una administración temporal tripartita formada por España, Marruecos y Mauritania -en la que se considera como una de las decisiones más controvertidas de la política exterior española en la historia contemporánea-, aunque la ONU nunca llegó a reconocer el acuerdo ni la soberanía de Marruecos sobre el Sáhara, y a día de hoy, Marruecos tampoco reconoce la soberanía del Sáhara, por lo que es un territorio en disputa pese a la declaración de independencia hecha por el Frente Polisario y sin que la proclamación de la República Árabe Saharaui Democrática (🔗) se tradujeran en la creación de una nueva nación. Todo esto fue, sin embargo, el inicio de un complejo conflicto que dura hasta nuestros días. Hay que decir, en favor de la administración española de aquella época, que la retirada del Sáhara Occidental supuso una operación militar de enorme dificultad en la que finalmente reinó el orden, algo muy diferente a lo que le ocurrió a Francia en Argelia, donde la descolonización dejó sobre el terreno miles de muertos; o al Reino Unido en la India, o a Italia en Etiopía, Eritrea y Libia.


Además del ya citado conflicto provocado por la invasión del Islote de Perejil por parte de Marruecos en 2002, han tenido lugar otras disputas diplomáticas posteriores, como la acaecida en el año 2007. Aquel suceso, breve y de relativa baja intensidad, fue simplemente una rabieta infantil y sin fundamento alguno por parte del país vecino, que buscaba una excusa, por nimia y ridícula que fuese, para molestar e importunar a su enemigo histórico. Lo que ocurrió fue, explicado someramente, que el 2 de noviembre de 2007 el Gobierno de Marruecos llamó a consultas a su embajador en España por un periodo indeterminado. ¿El motivo? Según palabras del Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación de Marruecos, por «el anuncio oficial el viernes de la lamentable visita de su majestad el rey Juan Carlos I, los días 5 y 6 de noviembre, a las dos ciudades ocupadas de Ceuta y Melilla», calificando la visita de «iniciativa reprochable, cuales quieran que sean los motivos y objetivos». Un portavoz del Gobierno marroquí manifestó: «la pelota está en el campo de España y esperamos que este país tenga en consideración los sentimientos del pueblo marroquí y el interés de las relaciones bilaterales y de cooperación». Ante tan grotesco argumento, el Gobierno español hizo obviamente oídos sordos, manifestando a través de su vicepresidenta que la visita de los reyes de España era un acto de «normalidad institucional». El 3 de enero de 2008, el ministro de Asuntos Exteriores de España visitó en Rabat a su homólogo marroquí, haciéndole entrega de una carta personal del presidente del Gobierno al monarca alauí, en la que abogaba por estrechar las relaciones entre ambos países. Cuatro días después, el Ministerio de Asuntos Exteriores marroquí anunció el regreso de su embajador a Madrid, dándose así por finalizado este esperpéntico y extravagante conflicto diplomático.

Aprovechando la situación de la pandemia en pro de sus aspiraciones territoriales, el 13 de marzo de 2020 Marruecos cerró la frontera terrestre con Ceuta y Melilla, y pese a que reanudó los tráficos aéreo y portuario, pospuso de manera indefinida la apertura de las fronteras físicas con estas dos ciudades españolas. Mas tarde, en diciembre de ese mismo año, el primer ministro de Marruecos afirmó que «Ceuta y Melilla son marroquíes, al igual que el Sahara», lo que provocó una reacción inmediata por parte del Gobierno español, que rechazó semejantes afirmaciones y convocó a la embajadora de Marruecos en España, a quien comunicó que «no hay nada que discutir. Ceuta y Melilla son españolas».
La última gran crisis -hasta el momento- entre ambos países comenzó en abril de 2021, cuando Brahim Ghali, líder del Frente Polisario, fue ingresado por COVID-19 -otras fuentes dicen que debido a un cáncer en el aparato digestivo- en un hospital español con una identidad falsa. La hospitalización provocó un profundo malestar en el seno del Gobierno marroquí, que citó al embajador español en el país para expresar su total rechazo, amenazando incluso con otorgar asilo político al líder del movimiento independentista catalán Carles Puigdemont. Por su parte, el Gobierno de España justificó la entrada de Ghali en el territorio español por razones estrictamente humanitarias. Todo esto, y como no podía ser de otro modo, desató una crisis diplomática entre Madrid y Rabat. Marruecos quiso ir más allá, y siguiendo su línea de provocación y velada agresividad, relajó enormemente el control fronterizo con la ciudad de Ceuta -y en menor medida con la de Melilla- y permitió el paso de inmigrantes ilegales sin oponer resistencia. Según declaraciones de la policía española, la policía fronteriza marroquí mostraba una «inusual pasividad», a lo que el gobierno de Rabat respondió que «la gendarmería marroquí se encontraba fatigada tras las fiestas del fin de Ramadán». Así, en la madrugada del 17 de mayo de 2021, una ola de inmigrantes provenientes de Marruecos comenzó a llegar a las costas de Ceuta. Entre el 17 y el 18 de mayo llegaron a esta ciudad más de 8.000, entre los cuales se hallaban aproximadamente 1.500 menores de edad, cruzando la gran mayoría de ellos la frontera a nado. Esta llegada masiva y totalmente inesperada de inmigrantes provocó una crisis humanitaria, ante la incapacidad de España de lidiar con la situación.

Ante esta entrada de inmigrantes ilegales, la más numerosa en España hasta la fecha, el Gobierno español respondió trasladando fuerzas de seguridad a la zona e implementando un mecanismo de devolución en caliente. La mayoría de los recién llegados fueron devueltos a Marruecos en los pocos días posteriores al incidente. Y entonces, el gobierno de Marruecos, una vez más, se retractó después de haber llevado a cabo semejante provocación -o ataque directo, depende de la óptica desde la que se mire el asunto-, y en la jornada del 19 de mayo, el Gobierno de Marruecos dio órdenes expresas de controlar el tránsito de inmigrantes desde su lado de la frontera. Tras el efecto surgido a raíz del refuerzo policial marroquí y las devoluciones en caliente por parte de las fuerzas de seguridad españolas, el flujo de llegadas se redujo significativamente hasta ser casi inexistente. Mientras tanto, en las ciudades marroquíes cercanas a la frontera se produjeron enfrentamientos entre las fuerzas de seguridad y grupos de ilegales que trataban de llegar hasta España.
Visto todo lo anterior, no hay que tener unos reflejos muy afilados para llegar a la conclusión de que lo acaecido en el mes de mayo de 2021 no fue más que una invasión en toda regla por parte de Marruecos sobre territorio español, y podría considerarse, sin temor a errar demasiado, como la Marcha Verde del siglo XXI, en la que igualmente se han empleado menores de edad para cruzar fronteras e invadir territorios, desestabilizar y crear una crisis humanitaria de extrema gravedad, todo ello por supuesto con el conocimiento, el beneplácito y la colaboración del Gobierno de Marruecos. Repito, la Marcha Verde de siglo XXI.
Hasta aquí, un breve resumen de las históricas desavenencias entre los dos países vecinos, que como puede verse, tienen su causa principal tanto en la soberanía de las plazas en la costa del norte de África, incluyendo Ceuta y Melilla, las cuales Marruecos reclama, como en la independencia del Sahara Occidental, antiguo territorio colonial español y actualmente ocupado por Marruecos sin acuerdo internacional, sobre el que España ha solicitado que se aplique la hoja de ruta que ha propuesto la ONU, que incluye un referéndum de autodeterminación saharaui, al que Marruecos se opone tajantemente argumentando que estaría dispuesto a otorgar más autonomía al Sahara pero nunca a renunciar a su soberanía.

Pero también hay otros aspectos, no menos importantes, que contribuyen a hacer de la relación entre España y Marruecos una situación compleja y siempre enquistada, como por ejemplo la inmigración ilegal, un grave problema que enfrentan ambos países como limítrofes de la frontera Europa-África. El Estrecho de Gibraltar y el paso desde el Sahara hasta las Islas Canarias es cruzado al año por miles de inmigrantes, y la presión migratoria también ejerce sus desastrosas consecuencias en las ciudades de Ceuta y Melilla, que han ido continuamente reforzando los medios disuasorios en sus fronteras. Además, existen varios acuerdos comerciales entre ambos países, entre los cuales el más conocido, por ser también el que más tensión y conflicto ha generado, ha sido el acuerdo de pesca -la flota del sur de España no puede sustentarse con los caladeros en los mares territoriales españoles, por lo que se ve obligada a faenar en aguas marroquíes, pero a cambio, Marruecos a exige una serie de condiciones como son el pago de una tarifa, la inclusión de marroquíes en las propias flotas pesqueras, etc.-. Y no debe olvidarse, como otro de los grandes motivos de tensión, los pulsos lanzados por Marruecos a España por el control de las aguas próximas a Canarias, a través de la validación de leyes para declarar su soberanía sobre las aguas del Sáhara Occidental y ampliar su demarcación oceánica.

Lo único que España y Marruecos no pueden discutir, por ser un hecho irrefutable, es que ambos países son vecinos. La geografía física es un factor que no puede ser modificado en modo alguno dentro de la geopolítica y las relaciones internacionales. Marruecos no va a dejar de estar ahí, al otro lado del Mar Mediterráneo, al sur de España, como tampoco va a dejar de ser la puerta de entrada de la inmigración ilegal que llega desde toda África. Por ello, y aunque se trate de un sistema político autoritario con elecciones controladas por el poder y ministros nombrados a dedo por el monarca, la necesidad de unas buenas relaciones con el gobierno marroquí y su colaboración son una constante para cualquier ejecutivo español, aunque eso sí, alteradas de vez en cuando por momentos de crisis tras los cuales se vuelve a la normalidad con relativa rapidez.
Como sea, hay voces críticas que protestan ante la equivocación de los gobiernos de la Unión Europea en subcontratar la vigilancia de tan complejas fronteras a un gobierno sin escrúpulos e imprevisible en sus afanes territoriales. Sin embargo, en diciembre de 2020 EEUU -al que le interesa enormemente tener un socio y aliado que favorezca a sus intereses en el norte de África y más concretamente en el Estrecho de Gibraltar- reconoció la soberanía de Marruecos sobre el Sáhara, que además cuenta con el apoyo pleno del gobierno francés, dando lugar a una situación que ya favorece a Marruecos y que no hace más que aumentar la importancia de éste para los países europeos. Quizá motivado por eso, por contar con el apoyo de grandes potencias, Marruecos se ve envalentonado y capacitado para llevar a cabo acciones en la “zona gris”.
Antes de continuar, y para que se entienda la siguiente parte del artículo, me permito parar aquí para hacer un inciso y explicar qué es la citada zona gris. Se trata de un espacio político y temporal ubicado entre el blanco de la paz y el negro de la guerra, es decir, no es paz, pero tampoco guerra, y en el cual se hace uso de estrategias que se alejan de la diplomacia convencional para enmarcarse en un escenario conflictivo marcado por la ambigüedad, llevadas a cabo por parte de países que pretenden alterar el statu quo a su favor, programadas y ejecutadas para desgastar gradualmente al adversario y lograr así los objetivos. Esto es lo que se denomina un conflicto internacional en la zona gris, o una paz presidida por el conflicto, como sostienen algunos autores, en la que tiene lugar el conflicto híbrido, por el cual las partes evitan el uso abierto de la fuerza armada y actúan combinando la intimidación militar -sin llegar a un ataque convencional- y la explotación de vulnerabilidades -económicas, políticas, tecnológicas y diplomáticas-.

Ejemplo de conflictos híbridos en la zona gris son las operaciones de influencia provenientes de Rusia, las maniobras chinas en el sudeste asiático y… ¿la política exterior de Marruecos respecto de Ceuta y Melilla? En este interesantísimo artículo (🔗), el profesor y director de Global Strategy Javier Jordán expone que el empleo de estrategias híbridas cobra sentido, primero porque existe un conflicto derivado de las reclamaciones abiertas por parte de Marruecos acerca de la posesión de ambas ciudades, convirtiéndose así en el único Estado que desafía la integridad del territorio español. En segundo lugar porque en los últimos años el gobierno marroquí ha protagonizado distintas actuaciones -vistas anteriormente- susceptibles de ser interpretadas desde la óptica de lo híbrido. Estas actuaciones, con la mirada puesta en el largo plazo -paciencia estratégica- y su nivel de intensidad moderado, podrían encuadrarse dentro del conflicto en la zona gris, que puede prolongarse durante años a la espera de oportunidades que permitan aumentar la coerción y/o influencia.
En el mismo artículo, el autor analiza las vulnerabilidades que pueden ser explotadas por parte de Marruecos, a saber, el condicionante geográfico de Ceuta y Melilla -enclaves limitados por la frontera marroquí y el mar- que permite instrumentalizar la presión migratoria sobre ellas y condicionar su economía, el escaso peso demográfico y de representación política de ambas ciudades y el desconocimiento y desinterés de la opinión pública española sobre lo relativo a ellas -a excepción de los problemas derivados del control migratorio-, circunstancias que contribuyen de manera decisiva a restarles prioridad e influencia como actores en la agenda política gubernamental. A todo esto, hay que añadir las crisis institucionales que han sacudido la política interna española en los últimos años, como son el independentismo catalán y los problemas a la hora de formar gobiernos estables, factores que muy probablemente han influido en la decisión de Marruecos a la hora de adoptar las medidas antes descritas y que pueden ser determinantes en un futuro de cara a la intensificación de éstas.
Como ya se ha indicado, en un conflicto híbrido se emplea, como una de las herramientas -o armas-, la intimidación militar. A este respecto, el rearme y la modernización sin precedentes de las fuerzas terrestres, navales y aéreas de Marruecos son un factor muy a tener en cuenta. Este artículo (🔗) de El Confidencial Digital, fechado en junio de 2021, recoge que Marruecos ha incrementado notablemente el gasto militar, concretamente un 30% más el año pasado sobre el anterior, y además ha reducido su dependencia armamentística de España -que no juega ya el papel de primer suministrador que tuvo hasta 1990- comprando aviones, carros de combate y buques de guerra a otras potencias como Estados Unidos y Francia. Un gasto en defensa que, a ojos de expertos, resulta desproporcionado frente al PIB del país, pese a que sus responsables lo consideren una inversión obligada como reacción al potencial militar de Argelia.

Esto, unido al ya citado reconocimiento por parte de EEUU de la soberanía de Marruecos sobre el Sáhara, constituye una importante amenaza a la integridad española. El diario La Razón lo explica en este interesante artículo (🔗), el cual aclara que podría dar lugar a una inestabilidad estratégica a corto y medio plazo en el norte de África, suponiendo además el rearme marroquí un desafío a largo plazo a la capacidad militar española. Y no solo en lo militar, ya que Marruecos -financiado en gran parte por EEUU- está llevando a cabo gigantescos proyectos de infraestructuras portuarias que podrían afectar a puertos españoles de gran importancia como son el de Algeciras, Valencia y Barcelona. Es decir, tanto los intereses económicos como la integridad de España pueden verse seriamente amenazados en el futuro. Pero los problemas para España no acabarían ahí, ya que Marruecos también está encarando la construcción de un gaseoducto transahariano que podría llegar a amenazar seriamente el monopolio del gas de Argelia, con quien además compite en la carrera armamentística, lo que aumentaría aún más la tensión entre ambos países. Ante este escenario, los expertos y analistas están avisando del hecho de que dos países vecinos de España puedan entrar en una situación prebélica, o al menos de alta hostilidad y tensión, debe ser una prioridad para la seguridad nacional y requiere un análisis específico porque, en un futuro a medio – largo plazo, puede terminar afectando seriamente a los intereses españoles en la región.

A finales de agosto de 2021, leía una noticia (🔗) en El Liberal que me causaba cierta perplejidad. En el artículo podía leerse que el rey de Marruecos, Mohamed VI, zanjaba la crisis diplomática abierta con España -desencadenada a raíz de la hospitalización en territorio español del líder del Frente Polisario- deseando «inaugurar una etapa inédita» en las relaciones entre ambos países, que se debe basar en «la confianza, la transparencia, la consideración mutua y el respeto a los compromisos». En el discurso que anualmente pronuncia con ocasión de la Revolución del Rey y del Pueblo, Mohamed VI afirmó que «con sincero optimismo, expresamos el deseo de seguir trabajando con el Gobierno español y su presidente, con el fin de inaugurar una etapa inédita en las relaciones entre nuestros dos países». Además, Marruecos está, según Mohamed VI, «comprometido en la construcción de relaciones sólidas, constructivas y equilibradas, especialmente con los países vecinos» como España. Su intención es, dijo, «fortalecer los cimientos clásicos que subyacen a estas relaciones, a través de un entendimiento conjunto de los intereses de los dos países».
Sin embargo, y ahora me voy a permitir el exponer mi propia opinión acerca de esto, es que este radical cambio de rumbo en la actitud belicosa de Marruecos no está motivado realmente por un sincero deseo de tener buenas relaciones entre los dos países. La cuestión va más allá, porque Marruecos tiene ahora un problema más serio: Argelia. Este último anunció, el 25 agosto de 2021, la ruptura de relaciones diplomáticas con Marruecos (🔗), su vecino y rival en el Magreb, una decisión esperada desde que hace meses Rabat normalizara sus lazos con Israel e intensificara sus maniobras internacionales para eliminar de forma definitiva cualquier negociación sobre el Sahara Occidental que no incluya el reconocimiento explícito de la soberanía marroquí. Rápidamente, y seguramente pensando eso de que “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”, Argelia se apresuró a asegurar que todo el suministro de gas hacia España está garantizado (🔗), y además, las altas esferas políticas de ambos países manifestaron su satisfacción con el excelente estado de las relaciones entre ellos. Argelia reiteró también su voluntad de fortalecer estas relaciones y promover la asociación entre los dos países en beneficio de ambas partes.

El análisis que hago de la situación, y repito que esta es una opinión que yo mismo me he forjado, es que parece probable que Marruecos, ante la imposibilidad de mantener simultáneamente conflictos abiertos con España, un país miembro de la Unión Europea, y con Argelia, un competidor directo y todos vecinos a su vez, y no teniendo claro el apoyo que EEUU e Israel pudieran brindarle si se produjese una escalada peligrosa en las tensiones con ambos países, Marruecos decide enterrar el hacha de guerra con España y bajar el tono en gran medida con Argelia, y adopta la estrategia de convertirse en un vecino dócil y dejar pasar el tiempo para relajar las tensiones y restablecer relaciones. Pero que no nos quepa la más mínima duda de que, en un futuro muy próximo, las reivindicaciones sobre las ciudades españolas de Ceuta y Melilla e incluso por las Islas Canarias emergerán y serán motivo de disputas diplomáticas y acciones encuadradas dentro de un conflicto híbrido.
Hay que tener en cuenta, asimismo, que aunque las autoridades marroquíes no contemplen una acción militar en toda regla contra Ceuta y Melilla, lo cierto es que las capacidades que le brinda el rearme y la modernización de su ejército, además de los nuevos apoyos internacionales con los que cuenta, son un factor muy a tener en cuenta de cara a la seguridad nacional e integridad territorial españolas, más aún si tenemos en cuenta que Ceuta y Melilla quedan fuera de la cobertura explícita del Artículo 5 de la OTAN (🔗), lo cual convierte esta circunstancia en una vulnerabilidad crítica que, como avisan muchos expertos y analistas, no debe perderse de vista ante el más que previsible impacto económico que va a tener el COVID-19 en la operatividad de las Fuerzas Armadas españolas.
Referencias
Para la redacción de este artículo me he basado en mis propias experiencias personales, reflejadas al inicio del mismo, y de todo lo aprendido a través de los años del seguimiento de las relaciones diplomáticas entre los dos países mediante la prensa, la televisión, sitios web especializados, etc. Quiero destacar que las relaciones entre España y Marruecos son un tema candente en nuestro país dado que gran parte de nuestra sociedad contemporánea se ha visto afectada por ellas de un modo u otro. Por ejemplo, yo mismo, que viví los acontecimientos relacionados con el Islote de Perejil en primera persona. Asimismo, en mi familia mi padre fue movilizado cuando tuvo lugar la Marcha Verde en 1975 para ir a combatir al Sáhara en una hipotética guerra que finalmente no tuvo lugar. Y antes, un tío-abuelo mío -tío de mi padre- estuvo luchando en el frente en la Guerra de Ifni de 1957-58. Se entiende, pues, que para mí era necesario escribir este artículo, mi particular tributo a todos aquellos que, como mi padre, mi tío-abuelo o yo mismo, estuvieron de alguna forma involucrados en los conflictos entre ambos países.
Ha sido muy valiosa la información obtenida de Wikipedia, en sus fantásticos artículos dedicados a las relaciones entre España y Marruecos (🔗), a la Guerra de Ifni (🔗) y a la Marcha Verde (🔗). También en Wikipedia me ha sido muy útil el artículo acerca del incidente fronterizo que tuvo lugar en mayo de 2021 (🔗). Todos los demás datos y hechos reflejados son debidamente referenciados con un enlace directo a la fuente de información, excepto la opinión final que me permito exponer y que es de mi propia cosecha, fruto de mi interés y del seguimiento exhaustivo del tema a través de los últimos años.
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Hola Jesús,
De todos es sabido que las relaciones entre España y Marruecos siempre han tenido sus altibajos. Marruecos es un país prioritario en la política exterior española y a pesar de las desavenencias, ha existido cierta estabilidad. Hay una cosa clara y es que ambos países se necesitan y de nada sirve crear crispaciones innecesarias. Tienen que intentar establecer acuerdos comunes por el bien de ambos. Tienen que complementarse entre ellos y no competir, coincidir en lugar de discrepar.
Como tú bien apuntas las diferencias entre ambos países pasan por “los territorios de Ceuta y Melilla, la inmigración, el Sáhara Occidental, la amenaza terrorista…”
Deberían crear políticas para fortalecer las relaciones entre ambos y mantener diálogos.
Creo que España actuó mal al permitir la entrada en nuestro país del líder del Frente Polisario Brahim Gali ya que esto ha provocado la desconfianza de Marruecos y ahora España tendrá que ganarse de nuevo esa confianza, porque de ello dependerá el futuro de ambos países.
Nos vemos en el próximo artículo y nos vamos siguiendo 😊👌🙋🏻♀️
Hola María,
Gracias por entrar en el blog y por leerme. Debo decirte que estoy absolutamente de acuerdo en todo lo que has plasmado en tu comentario. Y que pese a las unas veces buenas y otras no tan buenas relaciones entre ambos países, es necesario que éstas sean las correctas porque hay muchos intereses en juego y el Estrecho de Gibraltar no deja de ser una zona caliente.
Muchas gracias por leerme y por tu comentario.
Nos vamos siguiendo 🙋🏼♂️🙏🏻🤗