Luz roja
Por Jesús García Jiménez

La luz roja prohibitiva destaca conminatoria. Tras ella solo se advierte, difuso, el horizonte incierto de lo desconocido, de aquello que se aproxima o aquello hacia lo que inexorablemente nos dirigimos. Miro a mi alrededor, a los demás conductores. Algunos van solos y miran al frente, serios, esperando a que el temporizador salte y les dé nuevamente paso, que les permita seguir con sus quehaceres, salir de esa corta y tediosa aunque inevitable espera. «¿En qué irán pensando?», me pregunto mientras les observo. Otros van acompañados, enfrascados en animada conversación con la persona que comparte el pequeño habitáculo del vehículo; están también aquellos inmersos en el mundo virtual de las llamadas a través del manos libres, expresándose mientras hablan con la misma pasión que si tuviesen a su interlocutor frente a frente; y no podía faltar aquellas almas felices que amenizan su vida con la música, que esperando pacientemente cantan y dan golpecitos con los dedos en el volante al son de lo que su equipo de audio está reproduciendo. «Cada persona es un mundo, con sus propias fronteras, sus secretos, sus miedos e ilusiones. Eso viene a ser la cola frente a un semáforo, un pequeño mundo con diversidad de identidades, caracteres y temperamentos», pienso mientras fijo la vista nuevamente en la luz roja.
—Lo sé, no gusto. Hago esperar y supongo un freno para el agitado ritmo de vida de la mayoría de las personas que pasan junto a mí. Pero no creas que tú, ni todos los que te acompañan en la espera, sois muy diferentes a mí; vosotros mismos sois vuestra propia luz roja— me susurra en el sutil idioma de la óptica. —Puedo verlo cada día, cada hora, cada minuto. Deseáis realizar cambios en vuestras vidas, independientemente de cómo sean éstas, pero el miedo frecuentemente se erige como un robusto muro extremadamente difícil de franquear. Cuantas veces he oído eso de “no me atrevo por temor a equivocarme”, o he podido percibir esa tenaz impaciencia que tortura el corazón y el intelecto de quien espera o desea que los cambios sucedan rápido o por arte de magia. —No es tan sencillo, ese cambio del que hablas— le respondo, —no es que te quite la razón, ni mucho menos. Todos, en mayor o menor medida, necesitamos un cambio. Pero para que ese cambio llegue, o mejor dicho, para tener el valor necesario de acometerlo, primero es necesario identificar y reconocer la posición en la que se está hoy y cuán lejano de esa transformación tan deseada y/o necesaria... —al menos hay algo que tienes claro— me interrumpe de manera impasible. —El primer paso para el ansiado cambio es admitir en qué punto te hallas ahora, aunque eso suponga ver y reconocer muchas de tus limitaciones, que por cierto, las que tengas hoy se harán más sólidas y robustas si dejas correr el tiempo y no haces nada para afrontarlas. Y aun así, aun enfrentando esos obstáculos que te impiden avanzar y evolucionar, no esperes algo súbito y rápido. En la vida real prácticamente todo se basa en una transformación gradual y no en un cambio instantáneo.
—Soy consciente de ello— le digo hablando para mis adentros, dándole la razón. —El principal freno a los procesos de cambio somos nosotros mismos. Es muy cierto que nos resistimos e incluso nos oponemos a ellos, porque a menudo suponen renuncias difíciles a algunas necesidades reales o que no son reales pero que afectan a la vida diaria y cotidiana. Es inherente al ser humano la necesidad de control, la necesidad de estar preocupados, de depender de otras personas o situaciones y que además ellas dependan también de nosotros. Yo siempre he pensado que el refranero es muy sabio, porque se apoya en sentencias que se han tenido como válidas desde que el hombre es hombre y nunca nadie ha osado discutirlas, quizá porque han demostrado su infalibilidad en infinitas situaciones a lo largo de las épocas. Y como no, algo tan humano como el miedo al cambio no podía quedar fuera de este compendio de sabias palabras: “más vale malo conocido que bueno por conocer” o “más vale pájaro en mano que ciento volando” son dos que me vienen a la memoria de forma rápida, y este otro que sin ser parte del refranero viene a tener un significado muy similar: “si algo funciona, no lo cambies”. Al final, el concepto es el mismo y llama a la cautela. No conviene arriesgar aquello que se tiene o se conoce por algo que se supone es mejor, es preferible valorizar aquello que es seguro, porque se tiene, en relación a lo inseguro, que puede ser apenas una mera hipótesis. El refranero desaconseja cambiar lo cierto por lo incierto, invitando a no salir de nuestra zona de confort y a no valorar una posible metamorfosis en nuestras vidas, ya sea personal o profesional.
—Hay cambios pequeños y cambios grandes, la medida la pone la persona en cuestión en función de sus recursos personales y de la importancia vital de la situación— dice con un rumor mortecino, en los últimos segundos de su efímera vida. —Algo pequeño e insignificante para ti puede tener unas dimensiones colosales para tu semejante. Pero para conocer la magnitud real de ese algo, es necesario embarcarse en un proceso de autoconocimiento que rompa las barreras internas, es necesario que te cuestiones a ti mismo, algo que no deja de ser, en cierto modo, aterrador. Eso no te alejará de nada ni de nadie, simplemente te acercará a ti mismo. Pero se suele tener tanto miedo al cambio, que muchos se escudan en simples mecanismos de defensa como son el autoengaño, el conformismo, la soberbia o la desidia para no cuestionar los cánones y conductas en base a los cuales hemos forjado nuestra identidad. Ya lo dijo George Carlin: “Sé obediente, estudia, trabaja, cásate, ten hijos, hipotécate, mira la tele, pide préstamos, compra muchas cosas, y sobre todo, no cuestiones jamás lo que te han dicho que tienes que hacer”. Piénsalo fríamente. ¿Es eso lo que quieres hacer con tu vida? ¿o es eso lo que quieren que hagas con tu vida? Nadie duda de que la sociedad y la tradición ejercen un poderosísimo influjo sobre el individuo, pero en última instancia y en la medida de las posibilidades de cada situación personal, se es libre para tomar las decisiones necesarias con las que abrir el propio camino en la vida. Es cuestión de ser consciente y de asumir tu parte de responsabilidad ineludible, aquella sobre la que se sientan las bases para el resurgir de un nuevo amanecer en el horizonte.
—Johann Wolfgang von Goethe, del que dicen fue el último verdadero hombre universal que caminó sobre la tierra, dijo que “nadie es más esclavo que el que se cree libre sin serlo”. Quizá sea esa falsa libertad la muralla que nos impide avanzar, la impetuosa corriente a vadear para hallar el cambio o, al menos, intentarlo y no sufrir el martirio de la duda eterna del ¿qué hubiese pasado si…? —. El ámbar hace su aparición, desvaneciéndose para siempre la luz roja en este ciclo único e irrepetible de la cadena temporal de la existencia. Cuando finalmente la señal verde me invita -o mejor dicho, me obliga- a reanudar la marcha, lo hago preguntándome si seguiré atrapado en el abismo de esta falsa e ilusoria libertad en la que vivimos o abandonaré el camino establecido y me abriré paso a través de lo desconocido y prometedor, venciendo miedos y tumbando barreras. «Esta manía mía, de reflexionar hasta en los semáforos…» pensé mientras sonreía y ganaba velocidad en el asfalto.
1 like en este postY no os acomodéis a este mundo; al contrario, transformaos y renovad vuestro interior […]
Romanos 12:2
Hola Jesús,
Es cierto que a veces necesitamos cambios en nuestras vidas. Cambios que nos sirven para mejorar, que nos enriquecen o nos mejoran como personas. Cuando realizamos un cambio en nuestra vida tenemos que sopesar los pros y los contra y siempre que realicemos un cambio por pequeño que sea nos tiene que dar un mínimo de garantía de que será para mejor. Está claro que quien no arriesga no gana, pero tampoco pierde.
Cuando hacemos un cambio en el trabajo, ya sea por horario, sueldo o ubicación, es para mejorar. Si estamos igual o peor para que cambiar. En las relaciones personales de pareja pasa igual. Cuantas personas cambian de pareja y con el tiempo se dan cuenta de su error y acaban solas.Es cierto que tomamos decisiones y luego nos cuestionamos » Que hubiese pasado si hubiésemos tomado otra decisión «. Cuando tomamos decisiones, debemos ser consecuentes hasta el final y apechugar con las consecuencias de nuestros actos. Somos libres de nuestros actos pero no de sus consecuencias. 🙋🏻♀️🤗
Hola María,
Gracias por visitar el blog y por tu excelente comentario, del que destaco principalmente dos frases que escribes: «quien no arriesga no gana, pero tampoco pierde» y «Somos libres de nuestros actos pero no de sus consecuencias», y con las que no podría estar más de acuerdo.
Muchas gracias por comentar y por tus siempre amables palabras.
Nos seguimos, 🙋♂️🤗