Etéreo
Por Jesús García Jiménez

La mañana era fría, grisácea y triste, aunque no llovía y el viento había cesado, algo que por estos lares ya es motivo más que suficiente para considerar la climatología como afable y bondadosa. En ese día de principios de marzo, caminaba yo por las calles de esta ciudad inmerso en mi habitual ajetreo cotidiano y no pude evitar, al pasar frente al escaparate de un anticuario, fijar la mirada en un reloj de arena que se mostraba discreto entre otros muchos objetos que, si no lo eran, al menos tenían la apariencia de ser muy antiguos. De modesto tamaño, supuse que de unos quince o veinte centímetros de longitud aproximadamente, mostraba una base de tres mástiles bella y laboriosamente labrada. El conjunto era ciertamente llamativo y daba la impresión de ser un objeto vetusto y enigmático, envuelto en un cierto halo de misterio. «¿Cuántos propietarios habrá tenido? ¿Por cuántas manos habrá pasado? ¿Cuántas veces habrá sido volteado?», pensaba mientras lo observaba con mucha atención. Y entonces se me ocurrió la idea de entrar para interesarme por él. «Si el precio es razonable, me lo llevo», me decía a mí mismo imaginándolo ya en el lugar de la casa que iba a ocupar. Pero me topé con el cartel, tan habitual desde hace un tiempo, en el que se leía We are currently closed due to COVID-19. «Es verdad, que ahora casi todo está cerrado debido al COVID-19», dije con voz apagada y fastidiosa. «Estaré atento e intentaré hacerme con él cuando abra la tienda», pensé mientras me encaminaba de nuevo al escaparate. Sin duda había alguien dentro del comercio, o lo había habido muy recientemente, porque el reloj estaba apenas comenzando un nuevo ciclo, con casi toda la arena en su receptáculo superior y un hilo fino, paciente y constante fluyendo por la acción ineludible de la gravedad.
«El tiempo… el bien más preciado que poseemos, junto con la salud, claro está», comencé a reflexionar una vez reanudé la marcha, grabada en mi cabeza la imagen del hilo de arena discurriendo flemático, impasible; «sin tiempo para disfrutar de ella, la buena salud sirve de poco, y sin buena salud el paso del tiempo se convierte en un martirio. Para bien o para mal, es el único patrimonio con el que nacen todas y cada una de las personas que hay bajo el sol, independientemente de su condición y situación. El tiempo es un regalo tan valioso como efímero, pues comienza a consumirse en el instante mismo en que se abren los ojos por vez primera. En ese preciso momento la vida, con su mano inmisericorde, voltea el reloj de arena para dar inicio al ciclo de nuestra existencia y los segundos, las horas, los días y los años comienzan a fluir como granos de arena. Y al igual que éstos, que no pueden volver hacia arriba, el tiempo no puede volver hacia atrás. La ínfima fracción que acaba de transcurrir, lo que quiera que haya acontecido, nunca jamás volverá a repetirse en la cadena temporal. Eso ha quedado atrás, irrecuperable por siempre jamás».
Con mi mentalidad ingenieril de procurar simplificarlo todo, así quise hacerlo con el trayecto a seguir, por lo que decidí acortar camino tomando los senderos de un gran parque urbano que hacía las delicias de no pocos infantes que, acompañados de sus adultos, correteaban, reían y alborotaban, siempre felices, siempre risueños, ajenos al hilo de arena que ya había empezado a fluir también para ellos. «Esos niños tienen su patrimonio intacto, toda la vida por delante», pensaba mientras pasaba cerca de ellos. «Pero aún no lo comprenden, no tienen la capacidad de raciocinio para percibirlo. Unos cuantos serán afortunados y lo entenderán pronto, de manera que aprovecharán al máximo la mayoría de los instantes de su vida y lograrán disfrutar de una existencia plena; otros tardarán más, y cuando por fin lo hagan, mirarán hacia adelante audaces y animosos, enriquecidos por la experiencia de lo que ya solo existe en su memoria, dispuestos a compensar todo aquello que saben perdido; y habrá muchos que lo comprendan demasiado tarde y quieran aferrarse desesperadamente a los últimos restos de arena aún por caer, tristes y afligidos por lo irremediable de su pérdida, nostálgicos y melancólicos por todos aquellos momentos que pudieron ser diferentes, más felices, más puros, que quedan dibujados en el espejismo de los anhelos y empañados por la bruma de la realidad».
Al salir de aquel magnífico espacio verde, un oasis de tranquilidad dentro de la bulliciosa ciudad donde el canto melodioso de los pájaros reduce casi al silencio el molesto ruido del tráfico, vine a toparme con un conjunto de antiguos edificios, muy característicos de aquella zona de la urbe. «Para ellos también pasa el tiempo», pensé mientras observaba atentamente la austera y sobria elegancia victoriana de aquellas fachadas de piedra. «Ya había empezado a correr mucho antes de que los construyeran. ¿Cuándo empezó a contar el tiempo? ¿Dónde está su origen, el origen de las cosas, el origen de todo? Se cree que en el big bang, el punto inicial a partir del cual se formó la materia, el espacio y el tiempo. Como sea, la humanidad siempre ha puesto especial interés en medirlo, en tenerlo controlado en la medida de sus posibilidades, o mejor dicho, en encajar la vida y adaptarla al discurrir continuo e irrefrenable de esta magnitud universal. Todos, sin excepción, nos vemos arrastrados por su curso, tan fuerte que no importa el ímpetu con el que intentemos nadar a contracorriente. El único sentido que existe es hacia adelante. De no ser así, ¿qué ocurriría si pudiésemos volver atrás para, por ejemplo, enmendar errores del pasado? ¿Cómo afectaría eso a los hechos futuros? ¿Dónde y cómo estaría yo ahora si pudiese volver a la adolescencia y empezar de nuevo sabiendo todo lo que sé a día de hoy? Si hay algo que todos aprendemos con los años es que nos forjamos a fuerza de la propia experiencia, de los golpes recibidos y sufridos en nuestras carnes, sin la influencia de los buenos consejos que nos llegaron de gente sabia que nos quería bien. La mocedad es como una armadura que repele las recomendaciones y advertencias, haciendo bueno ese refrán de lástima que la juventud sea para los jóvenes, que en algún sitio leí».
Como iba apurado de tiempo, miré mi reloj de muñeca para asegurarme de la hora y me fijé en el segundero. «En estos pequeñísimos lapsos se mide el tiempo, al menos desde el punto de vista de la física, que lo trata como una magnitud medible en segundos. Pero imaginemos que la historia hubiese establecido su cronología también en segundos, y así se pretendiera describir lo acaecido desde la prehistoria hasta ahora. Ni siquiera tiene sentido pensarlo, teniendo en cuenta que a veces hablamos de miles, o incluso de millones de años. De cualquier manera, lo cierto es que todo puede medirse en el tiempo. Todo tiene un inicio y un final. ¿Cuánto dura un beso? ¿y una caricia? ¿transcurre del mismo modo para el recital de un poema que para una ardua y pesada tarea?». En estas reflexiones me hallaba cuando me crucé con una pareja de ancianos que caminaba pausadamente y sin prisa, con el ritmo propio de quien disfruta del merecido descanso tras la carrera de la vida. Diríase que para ellos el tiempo ya no importaba, que se había detenido, se había congelado entre sus manos enlazadas. «El amor… ¿cuánto dura el amor? ¿puede ser eterno? Tiene un principio, surge como un sentimiento, pero ¿puede llegar a no tener final? ¿puede ir incluso más allá de la existencia de quien lo experimenta? En la mente de cada uno se hace sempiterno, porque ningún amor muere, solo cambia de lugar en la memoria, y esto, quien lo probó lo sabe». Al alzar la vista hacia el cielo, observé algunos resquicios azules entre el denso manto de nubes cenicientas. «Esta manía mía, de reflexionar acerca de todo…» pensé mientras sonreía y apretaba el paso.
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Nuestra vida está ligada al tiempo. Desde que nacemos como tú bien dices nuestro tiempo comienza a correr. Cuando somos niños no nos damos cuenta, pero cuando somos adultos valoramos más el tiempo y sobre todo el tiempo que ya no vuelve. Cuando estamos en un buen momento con nuestra pareja, amigos o familiar desearíamos parar el tiempo, pero cuando estamos en un periodo malo querríamos que pasara rápido. Sea como sea el tiempo forma una parte importante en nuestras vidas y por ello no debemos malgastarlo.
Como bien dijo Charles Darwin:»Un hombre que se atreve a perder una hora de su tiempo, no ha descubierto el valor de la vida».
Muchas gracias Jesús por tu microrrelato. Me ha encantado y la historia engancha tanto que, cuando acabas, te quedas con ganas de más.
Hola María,
Gracias por visitar el blog y por leerme. Como siempre, dejando una brillante reflexión con tu comentario. Deberíamos poder tener un mecanismo que ralentizase o acelerase el paso del tiempo, según las circunstancias, ¿verdad? Pero así es, constante e implacable, para lo bueno y para lo malo.
Y parafraseando a Darwin, yo intento no desperdiciar nunca ni una sola hora, consciente de la que se va ya no vuelve nunca más.
Gracias otra vez María, es un placer para mí leer tus comentarios, siempre bienvenidos.
Un saludo y cuídate. Estamos en contacto.
Se dice que el tiempo es oro. ¿Oro es el tiempo? Pero también se dice que el tiempo no existe y que ha sido creado por el hombre. Me imagino que como personas que vivimos en el «tiempo» también atesoramos grandes momentos de el. Pareciera como si el tiempo fuera «Dios» (etéreo) pero mientras más aprovechamos del tiempo más sabios nos volvemos con el tiempo porque el tiempo nos brinda experiencias; Y La vida con el tiempo se vuelve un tesoro que te llevas contigo hasta el último suspiro…
Gracias Jesús por tus reflexiones también me hiciste reflexionar a mi. 😊🤭 Cuídate! que la salud es lo más importante para seguir viviendo en este mundo. 😉 Un fuerte abrazo 🤗
Hola Lizú!
Me da mucha alegría volver a verte por aquí de nuevo 😁 Dices algo interesante: el tiempo no existe, que es una invención del hombre. Esto da mucho para pensar y reflexionar… ¿Podríamos pensar que el tiempo es un regalo de la providencia para que adquiramos experiencia y sepamos valorar lo que tuvimos (y lo que tenemos)? Podría ser.
Muchas gracias por leerme, y me alegra mucho que mis escritos te empujen a reflexionar.
Cuídate mucho y estamos en contacto 🙏🏻🙋🏼♂️🤗
Una hermosa reflexión que nos sacude para poder entender lo valioso que es el tiempo, que sin el no somos nada. Es el tiempo el que nos invita a ponerle atención a esas pequeñas cosas que pocos ven pero que son las que le dan el verdadero sentido a la vida, muchos darían todo por un poco más de tiempo….sin duda alguna el tiempo es el mejor maestro y el mejor compañero.
Gracias por este espacio por este tiempo y por la grandeza de cada texto.
Hola Mara,
Gracias por visitar el blog y por leerme. Estoy de acuerdo contigo, principalmente en que la vida son fundamentalmente los pequeños detalles, las pequeñas cosas, y que el tiempo es, sin duda, el mejor maestro.
Gracias otra vez y no dudes en visitar el blog siempre que lo desees.
Un saludo y cuídate mucho 🙋🏼♂️