Microrrelato

El mundo de los sueños

Por Jesús García Jiménez
Una mañana, mientras vertía mi necesario café en mi inseparable y apreciada taza Planetaria, bautizada así porque está adornada con dibujos de los planetas del sistema solar, reflexionaba sobre el sueño que había tenido durante la pasada noche y que lograba recordar, el cual me dejó bastante intrigado y decidido a investigar en el universo Google acerca de su significado, si es que lo tenía. 

Rápidamente descubrí que no era algo inédito en el ciberespacio. Apareció inmediatamente el mensaje Cerca de 471.000 resultados (0,57 segundos) cuando tecleé las palabras clave. Antes de ir directamente al meollo de la cuestión, leí algunas cosas ciertamente interesantes acerca de los sueños, como por ejemplo que, y tiene toda la lógica, la Madre Naturaleza no hace nada porque sí, es decir, si soñamos cada noche es porque debe servir para algo importante desde el punto de vista evolutivo y adaptativo. Y tan importante, teniendo en cuenta que el cerebro consume alrededor de un 80 % de su energía al soñar, debido esto, según prestigiosos expertos en la materia, a que los sueños son la forma en que nuestra memoria integra la información recibida cuando estamos despiertos. Es decir, realmente aprendemos cuando estamos dormidos y soñando. 

Además, los sueños reflejan la concepción que el soñador tiene del mundo que le rodea, por lo que pueden dar una visión más rica de uno mismo y se pueden aprovechar para ampliar la perspectiva, no perdiendo de vista que su interpretación depende del momento vital en el que la persona se encuentra en ese momento. Un sueño es, por tanto, una interesante y valiosa fuente de información que puede ayudar, y mucho, a comprender la verdadera naturaleza del individuo, o sea, nuestra propia naturaleza, porque todos y cada uno de nosotros soñamos todas y cada una de las noches. Sin excepción.

Tras esta breve pero esclarecedora introducción acerca de los sueños, que me procuré a mí mismo intencionadamente con el propósito de analizar el significado del mío desde un punto de vista más objetivo y de comprender que, desde un punto de vista científico, no es materia baladí, pasé a ahondar en esa cuestión caliente y humeante como mi café y que me había hecho sentarme delante del ordenador a tan tempranas horas del día: ¿Qué significa soñar con que me persiguen? Ese era el sueño en cuestión. Alguien me perseguía por una calle cualquiera de la mítica zona oeste de esta ciudad, pero de un modo discreto, tímido diría yo, sin atreverse a acercarse más de la cuenta y siempre guardando una distancia prudencial y no como sugiere la palabra perseguir. En este caso, quedaba totalmente despojada de su carácter amenazante. Y yo, en el sueño, no tenía ningún tipo de temor o miedo, simplemente era consciente de que alguien me seguía manteniendo un espacio prudente, como si el que tuviese algún recelo o desconfianza fuese mi perseguidor, y dirigiéndome rumbo a ninguna parte, sin prisas, llegaba incluso a detenerme de cuando en cuando para girarme y encarar a la figura frontalmente, aunque sin decir nada. Simplemente la observaba, con curiosidad. «¿Quién es y por qué me sigue?», pensaba yo. En un momento dado volvía a girarme, pero ya no veía a nadie, la calle vacía, la calzada y las aceras húmedas, desnudas las ramas de los árboles recortando su silueta sobre el ocaso, silenciosos e impasibles edificios centenarios, ajenos a las miserias y venturas humanas, aunque testigos en primera fila de las mismas. Y ahí terminaba el sueño. Sin más.

En todas las webs, blogs, artículos, etc., en los que hablaban de soñar con que alguien me persigue lo hacían siempre considerando que el perseguido va huyendo y asustado, y el perseguidor mantiene una actitud amenazante, queriendo hacer algún daño a la persona que corre delante. Pero en mi sueño no ocurría nada parecido. Es cierto que alguien me seguía, pero como he dicho antes, con una actitud nada amenazante y siempre manteniendo una distancia prudencial, y yo no sentía, al menos que yo recuerde, miedo de ningún tipo y tampoco intentaba escapar de nada, simplemente iba caminando tranquilamente por la calle. Más al contrario, sentía curiosidad por el personaje que andaba tras mis pasos, del que tan solo podía adivinar su silueta sin poder distinguir ningún rasgo característico facial, o de su ropa… era como una sombra. 

Con la única información referente al sueño con la que me quedé fue con aquella que más reflejaba mi propia realidad, es decir, la que concernía al cambio personal. Metafóricamente hablando, cuando se vive una persecución durante un sueño, dejamos una realidad atrás, la realidad en la que vivimos, la que nos persigue, para adentrarnos en una nueva que esperamos nos haga la existencia más fácil, placentera y feliz. ¿Lo conseguiremos? No se sabe. De eso trata el sueño. Éste tan solo proyecta en una película las sensaciones y necesidades ocultas que el recelo, la inseguridad y el miedo a lo desconocido impiden expresar y que, a la larga, también nos impiden buscar y emprender soluciones para zafarnos de esa realidad que nos atenaza. Un cambio personal. «¿Quién no necesita un cambio personal, alguno, por pequeño que sea, algo que nos haga más felices, algo que traiga de vuelta la ilusión desvanecida tiempo atrás, algo que nos haga soñar de nuevo?», pensaba yo mientras tomaba un sorbo de mi café y alzaba la vista para mirar a través de la ventana y observar el ambiente gris y triste, húmedo, de esta ciudad casi siempre engalanada con los ajuares de la melancolía. «No vivo mal, cierto es que no vivo mal. Muchos viven peor que yo. Quizá por eso mi realidad me persigue pero no me agobia, no supone un peligro para mí y no me hace huir corriendo y asustado, tal y como ocurre en mi sueño. Pero me persigue. A mi alma terrena la hostigan miedos y temores, sufro la frustración de no ser mejor, de haber llenado largos años de duro trabajo y sacrificio para alcanzar una meta y comprender más tarde que todo ha sido en vano, de verme atrapado en una sociedad decrépita y decadente regida por un sistema fallido, esa frustración nacida de los propios errores cometidos y alimentada por la inexorable imposibilidad de volver atrás en el tiempo para no cometerlos… en definitiva, el fracaso y la desilusión por todas aquellas vidas que pudieron haber sido pero que no fueron. ¿Quién no lo ha sentido alguna vez?». 

Ya sin café en mi taza y pensando que las divagaciones acerca de la vida y de los sueños, de la vida como un sueño, y del antagonismo entre destino y libertad podrían dar para muchos cafés, me vinieron a la mente aquellos versos que Pedro Calderón de la Barca puso en boca de Segismundo en su célebre obra de teatro La vida es sueño, que dicen:

«[…] ¿Qué es la vida? Una ilusión,
 una sombra, una ficción,
 y el mayor bien es pequeño;
 que toda la vida es sueño,
 y los sueños, sueños son». 
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6 comentarios

    1. jgarcia

      Gracias mamá, me alegro que te haya gustado. Yo intento escribir para las personas que me leen, por eso es más fácil que podáis entenderme e incluso sentiros identificados en cierto modo. Un beso y gracias por visitar el blog. Cuidaos mucho.

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