
Situada en la costa este de Escocia, a orillas del Fiordo de Forth y bañada por las aguas del Mar del Norte, Edimburgo es una mezcla de culturas y colores en las que el urbanismo moderno armoniza de forma perfecta con la paz y la tranquilidad de los grandes parques urbanos, ofreciendo uno de los mejores destinos turísticos de todo Reino Unido. Es una ciudad relativamente pequeña, en la que las distancias entre los principales puntos de interés pueden ser recorridas a pie sin ningún problema, constituyendo un atractivo más a la ya de por sí extensa lista de encantos que posee esta urbe.
Edimburgo tiene dos zonas bien diferenciadas: por un lado la Ciudad Vieja u Old Town, alrededor de la Royal Mile, calle principal que sirve como nexo de unión entre el Castillo y el Palacio de Holyrood -residencia oficial de la familia real británica en Escocia-, y por otro, la Ciudad Nueva o New Town, separada de la anterior por los jardines de Princes Street, construida entre 1765 y 1850 y a menudo considerada una obra maestra del planeamiento urbanístico, que conserva aún gran parte de la arquitectura del período neoclásico original. Ambas zonas fueron declaradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1995.
Mucho antes de esta declaración, hace unos 2000 años, ya existieron asentamientos en la zona de Edimburgo, habiéndose encontrado restos metálicos y cerámicos de época romana, datados en el siglo I d.C. Aunque no fue hasta la Edad Media cuando Edimburgo adquirió importancia militar y estratégica, al construirse un fuerte que acabaría siendo capturado por los ingleses en el siglo VII. En esta época tiene su origen el nombre primigenio de la ciudad, Eidyn (del gaélico fuerte en una pendiente) – Burgh (fuerte o fortaleza) que ha evolucionado a su nombre actual en inglés Edinburgh. En el siglo X los escoceses recuperaron nuevamente la fortaleza y a finales del XII, el rey Malcolm III de Escocia construyó el Castillo en Castle Rock, alrededor del cual comenzó a prosperar un pequeño asentamiento y poco más tarde adquirió la consideración de burgo real con capacidad de comerciar, un privilegio al alcance de pocos en aquella época.

El periodo comprendido entre finales del siglo XIII y principios del XIV fue agitado y violento, salpicado de continuas luchas contra los ingleses. El Castillo fue capturado entre 1296 y 1322 y la Catedral y el edificio del Ayuntamiento sufrieron un devastador incendio que obligó a su reconstrucción durante las décadas posteriores. Aún así, la ciudad fue adquiriendo privilegios y creciendo al ritmo de las grandes urbes europeas. En el siglo XIV Edimburgo comenzó a ser conocida por su industria lanera, se inició la exportación de pieles a través del puerto fluvial de Leith y tuvo lugar el florecimiento del comercio de ganado y cereales. En 1437 fue declarada capital de Escocia.
A mediados del siglo XVI, Edimburgo tenía una población de 15.000 habitantes. Fue en este tiempo cuando se completó la construcción del Flodden Wall, un muro defensivo perimetral erigido para proteger a la ciudad ante una invasión por parte de los ingleses, invasión, por cierto, que nunca ocurrió, y de la que aún se pueden observar algunos fragmentos salpicados por varios puntos de la ciudad que han resistido el paso del tiempo -y de la expansión urbanística- .
Con Flodden Wall impidiendo la expansión territorial de la ciudad y una población cuyo crecimiento iba en constante aumento, hicieron su aparición los edificios de varias plantas en la Royal Mile. Cuando estos edificios llegaron a ser insuficientes, comenzaron a construirse casas de madera -a menudo ilegales- sobre los edificios ya existentes. La gran densidad de población además de otros factores, como las continuas luchas con los ingleses y las propias luchas internas, convirtieron a Edimburgo en un foco de infecciones, plagas y, por supuesto, incendios descontrolados que arrasaron edificios y vidas humanas. A finales del siglo XVII, la ciudad alcanzó la nada desdeñable cifra para la época de 50.000 habitantes.

Daniel Defoe, mundialmente conocido por su novela Robinson Crusoe, llegó a decir que no existía un lugar donde la gente estuviese tan apretada como en Edimburgo y que, además, la muchedumbre de esta ciudad era la peor del mundo. Se quedó tranquilo el hombre. Enfermedades como el tifus o el cólera eran algo habitual entre una población con la arraigada costumbre de, al grito de Gardlyloo!, arrojar por la ventana la basura doméstica y los excrementos generados en el hogar, y que utilizaba las aguas del Nor Loch -ahora desparecido, ocupaba el área sobre el que ahora se ubica Princes Street Gardens- como vertedero y como fuente de agua potable, a partes iguales. En esas condiciones es fácil imaginar la altísima tasa de mortandad entre la población de la ciudad, especialmente entre los siglos XVI y XVIII.


En 1766 se celebró un concurso para el diseño de un nuevo barrio fuera de las murallas de la Ciudad Vieja. El joven arquitecto James Craig, de 26 años, ganó el concurso, proponiendo un trazado urbanístico en forma de cuadrícula simétrica, con varias calles principales conformando el entramado viario. La decisión de construir una Ciudad Nueva se tomó ante la necesidad de aliviar la superpoblación, que alcanzó un punto crítico dentro de las murallas de la parte vieja, y para prevenir el éxodo a Londres de los ciudadanos ricos de la ciudad. Se llevó a cabo un plan para secar el Nor Loch, un lago muy contaminado que ocupaba el valle inmediatamente al norte de la ciudad -hoy Princes Street Gardens-, dándose por finalizados los trabajos en el año 1817.

Las diferentes etapas de la Ciudad Nueva fueron desarrollándose y los ricos se trasladaron al norte desde las apretadas y superpobladas casas de vecinos en estrechos, oscuros e insalubres callejones, a grandes casas señoriales rodeadas de anchas vías bien iluminadas. Los ciudadanos pobres permanecieron en la Ciudad Vieja, y Edimburgo se convirtió en una ciudad dividida. En el flamante barrio de nueva construcción, con elegantes terrazas, magníficos espacios verdes y hermosas plazas, los caballeros y las damas se desplazaban en carruajes y discutían sobre política mientras disfrutaban de su magnífico entorno. Al otro lado de lo que antes había sido el Nor Loch, los pobres y desafortunados se amontonaban en callejones oscuros y sucios, viviendo hacinados en altos y a menudo muy inestables edificios, sin otra meta que sobrevivir día a día y con toda esperanza de una vida mejor totalmente perdida.

El apogeo y esplendor de la Ciudad Nueva atrajo a la capital de Escocia a muchos pensadores e intelectuales de la época, convirtiéndose de hecho en una ciudad culta y refinada. Fue en Edimburgo donde la célebre Enciclopedia Británica (en latín: Encyclopædia Britannica), la enciclopedia en inglés más antigua todavía en edición -aunque ya no se edite en papel-, vio la luz por primera vez entre 1768 y 1771.
En el siglo XIX perdió su posición como ciudad número uno de Escocia en detrimento de Glasgow y su enorme producción industrial. Edimburgo continuó siendo una ciudad de banqueros, abogados y famosa por sus célebres autores, pensadores e intelectuales, llegando a ser conocida como la Atenas del Norte. Pero no todo era glamour y bonanza. Junto a la elegancia de la clase burguesa y poderosa había un gran índice de pobreza, delincuencia y hacinamiento, dando lugar a varios brotes de cólera, siendo algunos de ellos, como los acaecidos en 1832 y 1848 – 1849, especialmente virulentos y mortíferos.
Pese al fracaso en su intento por convertirse en un importante centro industrial, Edimburgo creció de forma considerable, alcanzando a mediados del siglo XIX una población de 170.000 habitantes. Fue en este tiempo cuando muchos inmigrantes irlandeses llegaron a Edimburgo desde su tierra natal, huyendo de la hambruna y las duras condiciones de vida.
Edimburgo siguió modernizándose y mejorando sus servicios, y en 1816 se culminó la construcción del Monumento a Nelson, en 1826 comenzó la construcción del Monumento Nacional -aunque debido a la falta de fondos, quedó inconcluso en 1829-, el ferrocarril llegó a Edimburgo en 1842 y en 1846 se inauguró el Monumento a Scott. La Galería Nacional de Escocia, diseñada por el arquitecto William Henry Playfair, fue inaugurada en 1859 y en la última década del siglo XIX, la ciudad fue iluminada por farolas eléctricas.

En el siglo XX la ciudad continuó su auge y expansión en los sectores de la banca, seguros y otros servicios. Durante las décadas de 1920 y 1930 se llevó a cabo la tarea de limpiar los tugurios y barrios marginales, construyéndose viviendas municipales y de protección oficial para reemplazarlos. Esta tarea se continuó después de finalizar la Segunda Guerra Mundial, en 1945. En los últimos años del siglo XX Edimburgo se convirtió en una ciudad turística, adquiriendo esta industria cada vez más peso e importancia en la economía local. En 1999 y después de casi tres siglos, tuvo lugar la primera sesión del nuevo Parlamento escocés.

Edimburgo tiene también su lado oscuro, y su folclore está plagado de historias aterradoras, fenómenos paranormales y fantasmas. No es de extrañar, por tanto, que la Universidad de Edimburgo -The University of Edinburgh- sea una de las pocas en el mundo que imparta cursos e incluso un doctorado en parapsicología -o ciencias paranormales-. Esta institución, a través de su Unidad de Parapsicología Koestler (KPU), establecida en 1985 e integrada en el Departamento de Psicología, investiga e imparte docencia sobre varios aspectos de la parapsicología. ¿Algo así como los cazafantasmas? No, este grupo de trabajo está conformado por científicos y su campo de acción es la investigación de fenómenos extraños y la posible existencia de habilidades psíquicas.
Una de las historias paranormales más conocidas de Edimburgo -que la Unidad Koestler investigó- es la llamada Poltergeist de George Mackenzie, ocurrida en el cementerio Greyfriars que rodea la capilla Greyfriars Kirk. Este lugar llegó a cobrar protagonismo en la denominada Revuelta de los Covenanters –covenant, traducido del inglés, cláusula o pacto-, ya que en sus terrenos se firmaría el Pacto o Covenant en 1638 destinado a proteger el presbiterianismo de las novedades religiosas que el rey Carlos I de Inglaterra y de Escocia deseaba imponer. Cuando los rebeldes fueron derrotados en 1679, una zona hoy conocida como Convenanter’s Prison y anexa al Cementerio de Greyfriars, se convirtió en su prisión. Y es aquí donde aparece la figura de George Mackenzie.

Este señor, nacido en 1636 en la ciudad escocesa de Dundee, fue un abogado, Lord Advocate -Abogado Real-, ensayista y escritor, autor de Aretina, publicada en 1660 y considerada la primera novela escocesa. Se le reconoce además como el fundador de Advocates Library, en la actualidad, la única de las bibliotecas de Escocia que todavía tiene el privilegio de recibir una copia de cada libro editado en las Islas Británicas. Mackenzie se retiró de la vida pública para evitar las consecuencias de la Revolución de 1688, mudándose a Oxford y disfrutando de una apacible vida y una jubilación dorada. Murió en Westminster el 8 de mayo de 1691 y está enterrado en el Greyfriars Kirkyard. El Lord Advocate fue el responsable de la política de persecución de Carlos II en Escocia contra los Covenanters presbiterianos. Después de la Batalla del Puente Bothwell en 1679, Mackenzie encarceló a 1.200 Covenanters en un terreno junto a Greyfriars Kirkyard. Algunos fueron ejecutados y cientos de ellos murieron debido a las torturas. Su tratamiento y represión hacia los Covenanters le ganó el apodo de Bluidy Mackenzie –bluidy, la forma en inglés antiguo para bloody, sangriento-.

No es difícil imaginar el respeto, e incluso miedo y temor, que generó esta figura en su tiempo, permaneciendo este sentimiento en el imaginario popular durante siglos. El Mausoleo Negro, lugar donde reposan sus restos, siempre tuvo la fama de estar encantado y los niños locales del siglo XIX, colándose en el cementerio por la noche, se desafiaban unos a otros a llamar a la puerta de la tumba de George Mackenzie cantando: Bluidy Mackenzie, come oot if ye daur, lift the sneck and draw the bar -Bloody MacKenzie, sal si te atreves, levanta el pestillo y desenvaina la barra-.
Una noche fría y lluviosa de 1998, un vagabundo local buscaba un lugar seco y confortable donde resguardarse, y vino a parar a las puertas del Mausoleo Negro. La tumba estaba, como siempre, cerrada, aunque el hombre, decidido a explorar y encontrar una entrada, encontró un orificio por el que entrar y consiguió bajar al nivel inferior donde se encontraban los ataúdes de George Mackenzie y su familia. Motivado por la idea de poder encontrar algo de valor que le pudiera servir para su uso o para venderlo, el vagabundo intentó abrir el féretro de Mackenzie. Sin embargo, estando en plena faena el suelo cedió, perdió el equilibrio y cayó a un nivel inferior, una fosa común atestada de restos humanos. Presa del pánico, el hombre huyó de la escena y salió del cementerio como alma que lleva el diablo, asustando a un hombre que casualmente pasaba por allí paseando a su perro y que acto seguido llamó a la policía.

Tan sólo una semana después, los extraños fenómenos aparentemente inexplicables hicieron su aparición alrededor del mausoleo. La primera persona que sintió la experiencia fue una visitante casual que se detuvo, como tantos otros turistas antes que ella, para visitar la tumba. De repente, se sintió “golpeada por una fuerza fría”. En poco tiempo otros visitantes informaron de incidentes similares, algunos se desmayaron inexplicablemente, se sintieron enfermos o experimentaron una sensación de gran inquietud y nerviosismo. Otros salieron con moretones, marcas de mordiscos y rasguños alrededor de la cara y el cuello, después de sentir sensaciones extrañas e inexplicables alrededor del área del Mausoleo Negro y la cercana prisión de los Covenanters. Ante la oleada de comentarios, el miedo y la tremenda atracción generados a raíz de estos sucesos, el ayuntamiento de la ciudad tomó cartas en el asunto y decidió clausurar el recinto, y los fenómenos paranormales llegaron a extenderse incluso a las casas que dan pared con pared con el cementerio, provocando muchas situaciones aparentemente inexplicables.

Colin Grant, exorcista y ministro de la iglesia espiritualista, opinaba que todo lo acaecido en Greyfriars era totalmente real. En el año 2000 realizó un exorcismo en el cementerio -invitado por la prensa local-, y después de un tiempo, afirmó que el lugar estaba poseído por multitud de almas en pena y entidades demoníacas, y que el “mal” era demasiado poderoso para su poder como exorcista. Temiendo por su vida, abandonó el proyecto, y unas semanas después murió de un inesperado ataque al corazón. Su muerte fue atribuida por muchos a los extraños fenómenos y a las entidades que había intentado, en vano, combatir y erradicar.
En cualquier caso, el Poltergeist de Mackenzie ha puesto a Greyfriars en el punto de mira de los cazadores de fenómenos paranormales, manteniendo viva en la memoria colectiva aquella trágica historia de los Covenanters y el Lord Advocate de Edimburgo.
George Mackenzie también formó parte de numerosos juicios por brujería en las últimas décadas del siglo XVII, y en uno de ellos llegó incluso a defender a una presunta bruja de nombre Maevia. Más tarde reconoció que las brujas eran menos comunes de lo que las creencias empujaban a pensar, atribuyendo muchas confesiones de brujería al uso de la tortura, que Mackenzie, dicho sea de paso, defendía como una herramienta legal en los procesos judiciales.
Mucho antes, a finales del siglo XVI, tuvo lugar una cacería de brujas auspiciada por el rey Jacobo VI de Escocia y I de Inglaterra. Este monarca se casó con Ana de Dinamarca, hija de Federico I, y vio como hasta en tres ocasiones el mal tiempo impidió la llegada de su esposa a las costas inglesas debido a las grandes tormentas que se desataron. El rey, con la mentalidad cerrada, oscura y supersticiosa típica de la época, se dejó influir por sus consejeros y paisanos y, convencido de que las brujas estaban maldiciendo su matrimonio, ordenó en 1591 una caza de brujas que terminó con la muerte en la hoguera de más de setenta personas en la cima de Calton Hill. Entre 1563 y 1722, muchas víctimas -la mayoría mujeres- fueron acusadas y declaradas culpables, para ser ejecutadas en la explanada frente al Castillo.

Como curiosidad, añadir que en los procesos contra los acusados de brujería se pedían confesiones -casi siempre obtenidas bajo tortura- y pruebas. Estas pruebas solían obtenerse en el ahora desaparecido Nor Loch. Era señal inequívoca de que se era bruja el hecho de flotar en el agua, mientras que quien se hundía era declarada inocente, ya que se había ahogado y Dios la acogería en su seno. Pero hay que considerar que en aquellas aguas densas, sucias y putrefactas no era difícil flotar, más aún si se era mujer y se vestía la amplia falda típica de la época. El momento en que alguien comenzaba a flotar ya era de por sí inhumano y atroz, puesto que significaba su condena a muerte. Pero es que a eso había que añadir que la familia y amigos de la acusada, horrorizados ante aquella señal del maligno, la emprendían a pedradas con la pobre infeliz intentando hundirla, y no precisamente para acabar antes con su agonía, sino por su propio interés, ya que con frecuencia, las personas más cercanas al culpable pasaban inmediatamente a ser sospechosos y enjuiciados, con el riesgo de correr la misma suerte. Aquí cabe indicar que en Escocia, por lo general, primero se mataba a la víctima por asfixia y después se la quemaba, de modo que pocas llegaban a sufrir el martirio de ser quemadas vivas.

No se sabe a ciencia cierta el número de personas ejecutadas por brujería en Escocia, pero uno de los últimos estudios de la Universidad de Edimburgo cifra en casi 300 las ejecuciones y en 3.837 los acusados por estos crímenes. No es necesario remontarse al siglo XVIII para encontrar a la última acusada de brujería, ya que en 1944, la médium escocesa Helen Duncan fue acusada en base a la ley de brujería de 1735 y encarcelada nueve meses, por haber intentado hablar con el espíritu de un marinero muerto. Esta ley, incomprensiblemente en vigor aún en pleno siglo XX, fue finalmente derogada en 1951.
Hay otra historia también en el cementerio Greyfriars, aunque nada que ver con la narrada antes, una historia de amistad incondicional entre un hombre y el mejor de sus amigos: el perro. Y es que, según la tradición local, un Skye Terrier llamado Bobby fue el compañero inseparable de su dueño, un vigilante nocturno que trabajaba para la policía local de Edimburgo llamado John Gray, hasta la muerte de este por tuberculosis en 1858. Después de que fuese enterrado en Greyfriars, Bobby, que vivió durante los catorce años posteriores a la muerte de su dueño, no se movió del lado de la tumba hasta que también le llegó su hora. Esto le valió el sobrenombre cariñoso de Greyfriars Bobby. Durante esos catorce años, el fiel animal se ganó el cariño de la ciudad y fue alimentado por sus habitantes, que aprovechaban las visitas al cementerio para llevarle comida.

En 1867, con la intención de poner remedio al problema generado por el creciente número de perros vagabundos en la ciudad, las autoridades obligaron a registrar a todos los perros de Edimburgo, sacrificando a aquellos que no lo estuviesen. El Lord Provost de la época costeó la licencia de Bobby, el cual pasó a llevar un collar con una placa que lucía la leyenda “Greyfriars Bobby from the Lord Provost – 1867 – Licensed”, garantizando su seguridad durante los siguientes cinco años. Este collar con la placa es actualmente exhibido en el National Museum of Scotland.

De esta bonita historia se han sacado libros y películas cuyo argumento gira en torno a la vida de Bobby, como la novela Greyfriar’s Bobby (1912) de Eleanor Atkinson y la película The Adventures of Greyfriars Bobby (2006), dirigida por John Henderson.
Sin embargo, un estudio de la Universidad de Cardiff publicado en 2011 dejó entrever que la historia de Bobby no fue más que un reclamo publicitario de empresas locales de la época victoriana para atraer turistas a la ciudad. Según el estudio, Bobby era un perro callejero adiestrado para permanecer siempre dentro del recinto del cementerio, que además habría sido sustituido por otro perro cuando el primero dejó de cumplir su misión. De modo que hay historias para todos los gustos: para los románticos que quieren creen en una bonita historia de amistad incondicional y para los escépticos que no se creen nada de lo que en teoría sucedió. Ustedes deciden cual les gustaría creer.
Algunas décadas antes de que ocurriese la historia de Bobby, a comienzos del siglo XIX, la Universidad de Edimburgo estaba a la vanguardia en la ciencia médica, siendo por aquellos entonces una institución de reconocido prestigio mundial debido a la calidad de su enseñanza. Las disecciones humanas con fines didácticos y las investigaciones se habían llevado a cabo con cadáveres procedentes de ejecuciones, fallecimientos en las prisiones, de vagabundos o de suicidios. Pero entre 1808 y 1834 se fue revocando la pena de muerte para multitud de delitos, con lo que las ejecuciones legales comenzaron a disminuir drásticamente y, con ellas, el suministro de cadáveres para los investigadores. El resultado fue que se llegó a disponer tan solo de dos o tres cuerpos por año para un gran número de estudiantes.
Y es aquí donde entró a jugar la capacidad de adaptación del ser humano, que para lo bueno y para lo malo es enorme y asombrosa, entrando en escena los ladrones de cadáveres o body snatchers -en inglés, profanadores de tumbas-, que rápidamente establecieron un floreciente mercado negro en Edimburgo destinado a satisfacer a clientes -profesores y alumnos- deseosos de material que analizar. El robo de cadáveres llegó a tal extremo que muchos ciudadanos contrataron a vigilantes nocturnos e instalaron grandes rejas metálicas sobre las tumbas de sus familiares, dando lugar en algunos casos a auténticas fortalezas con el fin de proteger los restos de un saqueo. En el auge de este mercado negro es donde hicieron su aparición Burke y Hare, dos de los asesinos en serie más famosos y grandes protagonistas de la crónica negra de la Escocia del siglo XIX.
William Burke. Imagen tomada de en.wikipedia.org William Hare. Imagen tomada de en.wikipedia.org
William Burke (1792 – 1829) nació en Urney, Irlanda del Norte. Tras pasar por numerosos empleos y un breve periodo de servicio en el Ejército, abandonó a su esposa e hijos y emigró a Escocia en 1817 para trabajar en Union Canal. Allí conoció a Helen McDougal, con la que se casó. Tras un tiempo malviviendo como buhonero y desempeñando varios trabajos, Burke terminó adquiriendo cierta reputación como zapatero, además de hombre afable y bondadoso.
William Hare (se desconoce su fecha de nacimiento exacta, aunque se sitúa entre 1792 y 1804) nació en la provincia de Ulster, Irlanda del Norte. Al igual que Burke, emigró a Esocia y trabajó en Union Canal, trasladándose a Edimburgo y conociendo a un señor llamado Logue, que dirigía una pensión en West Port. Cuando Logue murió en 1826, Hare se casó con su viuda, Margaret Laird, quien continuó con la gestión de la pensión mientras que Hare trabajaba en el canal.
En 1827, la familia Burke se mudó a Tanner’s Close, en el West Port, donde se encontraba la pensión de Margaret Laird. Burke conocía a Margaret con anterioridad, aunque no está claro si también conocía a Hare. El hecho es que Burke y Hare se hicieron buenos amigos además de compañeros de negocio. El primer cuerpo que vendieron fue el de uno de los inquilinos de la pensión, un hombre que murió de causas naturales y que dejó a deber algún dinero del alquiler. Burke y Hare se justificaron aduciendo a que tenían el derecho a vender el cuerpo para saldar la deuda. Así que, sin pensárselo dos veces, corrieron a vender el cuerpo a la Universidad, donde el reputado doctor y profesor Robert Knox lo compró por 7 libras y 10 chelines. Para disimular, rellenaron un ataúd con tierra y celebraron un entierro, como si nada hubiese ocurrido.

Habiendo comprobado lo fácil que resultaba ganar dinero vendiendo cadáveres, decidieron continuar con su macabro negocio, y cuando supieron que un hombre conocido como Joseph el Molinero, alojado en la pensión, sufría fiebres, pasaron a la acción y lo emborracharon para después asfixiarlo, justificándose en que un enfermo de ese tipo espantaba a la clientela y perjudicaba al negocio. Nuevamente, el doctor Knox se hizo con el cuerpo tras pagar 10 libras y sin hacer demasiadas preguntas.
Los siguientes asesinatos se sucedieron con mucha rapidez y siempre utilizando el mismo modus operandi: engañaban a la víctima, la embaucaban, la emborrachaban y cuando estaba totalmente indefensa, la estrangulaban hasta la muerte. Los desdichados podían ser o bien inquilinos de la pensión, o bien personas que buscaban y seleccionaban por las calles de la ciudad, normalmente vagabundos y gente de dudosa procedencia. El método de ejecución de estos asesinos consistía, básicamente, en que mientras uno de ellos sujetaba a la víctima por detrás para impedir que pudiera defenderse, el otro tapaba los orificios nasales y le impedía abrir la boca colocando el pulgar debajo de la barbilla, provocando de este modo una rápida muerte por asfixia. Este procedimiento simple pero eficaz pasaría a ser conocido como el Método Burke o burking -la palabra inglesa- para referirse a un asesinato por asfixia.

En abril de 1828 Burke conoció a dos prostitutas, Mary Paterson y Janet Brown, en la zona de Canongate (Edimburgo) y las invitó a desayunar, pero Janet se marchó cuando estalló una fuerte discusión entre Burke y su esposa -al parecer por los celos de ésta al pensar que su marido estaba flirteando con las recién llegadas-. Cuando regresó, le dijeron que su amiga se había marchado con Burke, aunque la realidad fue que terminó asesinada y vendida, de nuevo, al doctor Knox. Janet Brown había escapado de una muerte segura por los pelos. El cadáver de Mary Paterson fue el primero en ser reconocido por algunos de los estudiantes del reputado doctor.
Tras varios meses acumulando víctimas, en ocasiones con la ayuda y colaboración de sus esposas, le llegó el turno a James Wilson, conocido como Daft Jamie -en inglés, Bobo Jamie-, un pobre muchacho de dieciocho años muy conocido en Old Town, con una deformidad en un pie y discapacitado mental. El muchacho intentó resistirse y tuvo que ser reducido por ambos asesinos. Ante la desaparición de Jamie, la madre comenzó a indagar sobre el paradero de su hijo. Cuando el doctor Knox exhibió el cuerpo ante sus alumnos, muchos lo reconocieron y se alarmaron. Knox negó que se tratase de Daft Jamie y le quitó importancia al asunto.

La última víctima fue Marjorie Campbell Docherty, a quien Burke atrajo a la pensión engañándola y haciéndole creer que su madre también era una Docherty. El asesinato no se llevó a cabo al instante porque el matrimonio James y Ann Gray estaban presentes en ese momento, posponiéndolo para el momento en que los Gray finalmente se retiraron. Al día siguiente, y tras haber escuchado ruidos sospechosos la noche anterior, los Gray registraron la cama cuando tuvieron la oportunidad al quedarse solos y descubrieron el cuerpo de Marjorie Docherty. Rápidamente se pusieron en camino a la comisaría de policía, topándose con McDougal, la esposa de Burke y de la que se cree colaboró en el asesinato de Marjorie. Ésta intentó sin éxito sobornar al matrimonio con 10 libras para que no denunciaran, y Burke y Hare retiraron rápidamente el cuerpo antes de que llegara la Policía. Más tarde, durante los interrogatorios, Burke aseguró que Docherty se había marchado a las siete de la tarde, mientras que su esposa afirmó que lo hizo bien entrada la noche. Una contradicción que condujo finalmente a su arresto. Además, un mensaje anónimo les dio pistas a los investigadores, conduciéndolos al despacho del doctor Knox y descubriendo un cadáver, que James Gray identificó como el de Docherty. Poco después William y Margaret Hare fueron arrestados, tras un año de asesinatos y venta de cadáveres que se saldó con un total de 16 víctimas.
Las pruebas contra los Hare no eran contundentes, de modo que se les ofreció inmunidad si testificaban contra Burke. Su testimonio permitió la reconstrucción de los hechos y una sentencia de muerte contra éste en diciembre de 1828. Fue colgado el 28 de enero de 1829 y su cuerpo fue diseccionado en la Escuela de Medicina de Edimburgo. Helen McDougal, contra la que no se probó culpabilidad alguna, estuvo a punto de ser linchada por una multitud furiosa en las calles de Edimburgo y se cree que volvió a Stirling con su familia. Un tiempo después marchó a Australia, donde murió en 1868. Margaret Laird, esposa de Hare, se marchó de Edimburgo y casi fue linchada cuando esperaba para subir a un barco con destino a Belfast. Se marchó a Irlanda y nunca más se supo de ella. William Hare fue puesto en libertad una semana después de la ejecución de Burke y abandonó Edimburgo disfrazado y escondido en un carruaje. Fue visto por última vez en la ciudad inglesa de Carlisle, donde fue reconocido y a punto estuvo de ser linchado por los ciudadanos. No se volvió a saber más de él, aunque la tradición popular lo ubica en Londres, ciego y mendigando por las calles, atacado y arrojado a un pozo por la multitud cuando lo descubrieron, aunque nada de esto ha podido ser confirmado.

En cuanto al doctor Robert Knox, siguió empleando a ladrones de cuerpos para sus clases e investigaciones. Tras la publicación del Acta de Anatomía de 1832, la cual establecía que solo los cadáveres no reclamados de los asilos de vagabundos podían ser usados en las disecciones, su popularidad entre los alumnos cayó en picado. El Real Colegio de Médicos de Edimburgo -Royal College of Physicians of Edinburgh- rechazó en repetidas ocasiones sus solicitudes para pertenecer a este organismo, la opinión pública lo sometió a burlas y caricaturas y terminó siendo completamente excluido de la vida académica por sus colegas de profesión. Nadie creyó a Robert Knox cuando defendió su inocencia y su desconocimiento de la verdadera procedencia de los cadáveres, sosteniendo que los había comprado en beneficio y por el progreso de la ciencia de la medicina. Logró eludir toda responsabilidad penal, pero le persiguió una pésima fama y quedó muy desprestigiado. Incluso la Policía tuvo que salvarlo una noche de un linchamiento, cuando una multitud encolerizada la emprendió a pedradas con su residencia. Poco tiempo después huyó de Edimburgo totalmente deshonrado y pasó a ejercer su profesión en la localidad londinense de Hackney, donde finalmente falleció en 1862.
Esta macabra historia ha sido la inspiración para varias películas y sobre ella se han escrito multitud de artículos y novelas. En el cuento de Robert Louis Stevenson The Body Snatcher, traducida al español como El ladrón de cadáveres (🔗), se hace referencia a los hechos y se narra cómo dos asistentes empleados por el doctor Knox compran cadáveres desinados a prácticas de anatomía.

Imagen tomada de robert-louis-stevenson.org
Muchas han sido las ejecuciones por ahorcamiento en Escocia desde principios del siglo XVIII hasta su abolición ya bien entrado el siglo XX. Pero, aunque parezca extraño, no todas las ejecuciones acabaron en muerte. Maggie Dickson vivió entre 1702 y 1765, esposa de un pescador quien, después de ser condenada por haber asesinado a su hijo recién nacido, sobrevivió a la horca y desde ese momento fue conocida como Maggie la medio ahorcada.
Maggie Dickson nació en Musselburgh en 1702. Se casó con un pescador y éste pronto la abandonó, según cuentan algunas versiones porque fue obligado a enrolarse en la Royal Navy (la Armada) y según cuentan otras, porque simplemente se fue contratado por una flota pesquera de Newcastle y nunca más volvió. En 1723 Maggie encontró trabajo en una posada en Kelso, y al poco tiempo comenzó una relación con el hijo del posadero, del que quedó embarazada. Maggie pudo ocultar el hecho y el bebé finalmente nació, aunque prematuramente. No está claro si el bebé ya nació muerto o si murió poco después del alumbramiento, ni tampoco las causas de esa muerte, el caso es que la chica abandonó el cuerpo de su hijo en la orilla del río Tweed, donde más tarde fue encontrado. Pero alguien la tuvo que ver porque fue denunciada y arrestada, para ser más tarde juzgada en Edimburgo. Algunas fuentes dicen que fue condenada en virtud de la Concealment of Pregnancy Act -traducido del inglés, Ley de ocultamiento del embarazo-, aunque lo más probable es que fuese juzgada por el asesinato de su recién nacido. Basado en evidencias médicas -muy cuestionables- que aseguraban que el bebé había nacido vivo, Maggie fue condenada y sentenciada a muerte. Fue colgada públicamente en Grassmarket el 2 de septiembre de 1724, y tras la ejecución comenzó una trifulca entre los familiares y amigos de Maggie y estudiantes de medicina que lucharon por hacerse con el cuerpo de la difunta. Ganaron la batalla los familiares y amigos y el cuerpo fue colocado en un ataúd para ser transportado a Musselburgh para la celebración del entierro. En un alto hecho por la comitiva en una posada del camino para almorzar y tomar un descanso, vieron como la tapa del ataúd se movía, y cuando fueron a ver lo que ocurría hallaron a Maggie viva, la cual estaba lo suficientemente bien como para hacer el resto del camino hasta Musselburgh a pie y por si misma.

Imagen tomada de the-grassmarket.com
Y como la sentencia de muerte había sido cumplida y no podía volver a aplicarse la pena -no se puede colgar de nuevo a quien ya ha sido colgado-, Maggie quedó libre de toda culpa y vivió durante otros cuarenta años, hasta que murió por causas naturales. Aquella rocambolesca historia le valió el sobrenombre de Half-Hangit Maggie -traducido del inglés, Maggie la medio ahorcada-. Cualquiera que fuese la razón de su supervivencia, su historia es hoy recordada en el nombre de un pub, el Maggie Dickson’s Pub, situado junto al lugar en el que se llevó a cabo la ejecución en el Grassmarket de Edimburgo.

No todos los delitos eran penados con la muerte en la Escocia de los siglos XVII y XVIII. Alguien que hubiese cometido una buena fechoría podía ser condenado al destierro deshonroso y quedar marcado de por vida allá a donde fuese, casi sin posibilidad de rehacer su vida, siendo repudiado dondequiera que intentara comenzar cero. Los robos menores y pequeños hurtos eran penados con unos azotes -o una buena paliza, depende- y no solía llegar la sangre al río. Sin embargo, había un castigo por robo que, si bien no llegaba a ser la pena de muerte, alcanzaba unas cotas de escarmiento y humillación públicas que hacían de él una de las mayores penitencias a las que podía ser sometido un ciudadano de aquella época.
Junto a la Catedral de Edimburgo, en su lado este, se puede observar, mientras se da un agradable paseo por la Royal Mile, el curioso monumento de Mercat Cross. Tiene planta octogonal y un sobre él, se erige un pilar coronado por un unicornio, el símbolo de Escocia. Este monumento es una reproducción del original, construido en 1882, dado que el auténtico estuvo ubicado, entre 1617 y 1756, a escasamente treinta metros calle abajo -hacia el este-, donde hoy se encuentra un mosaico de baldosas de forma también octogonal desde el momento en que su posición fue cambiada. En la decoración de la réplica se pueden observar los escudos de armas de Gran Bretaña, Escocia, Inglaterra, Irlanda, Edimburgo, Leith, Canongate, y la Universidad. Sin embargo, en el monumento original, en el lugar de estos escudos de armas hubo medallones circulares con cabezas esculpidas, la cuales, cuando tuvo lugar la demolición, fueron custodiadas por sir Walter Scott -poeta, editor y novelista, considerado por muchos como uno de los más grandes escritores británicos de todos los tiempos-, quien los incorporó a la pared del jardín de su casa en Abbotsford, cerca de la frontera escocesa.
En ese lugar donde hoy solo queda un mosaico octogonal en el suelo, se hacían los castigos públicos. Y a su lado estaba la guillotina, muy popular durante los siglos XVI y XVII dado que ese periodo de la historia fue muy turbulento y las conspiraciones, las guerras y los levantamientos religiosos y políticos se saldaron con muchos condenados a muerte, cuya ejecución se llevó a cabo mediante el empleo de esa máquina, en la actualidad una mera atracción turística en museos y parques.

En el monumento original había, en cada una de las paredes, un madero. Hasta allí eran llevados los ladrones y el alguacil los clavaba, literalmente, al madero, clavándole un clavo que atravesaba la oreja del delincuente. Llegado a este punto, el pobre desgraciado tenía dos opciones. La primera era aguantar veinticuatro horas allí clavado, expuesto durante las horas de mayor ajetreo del mercado al gentío que abarrotaba las calles, recibiendo cubetadas de excrementos, escupitajos, insultos, verduras podridas y algún que otro golpe. Transcurridas las veinticuatro horas venía el alguacil y arrancaba el clavo, quedado el ladrón liberado y con un buen escarmiento dado. La herida cicatrizaría en un tiempo y podría empezar de cero con el propósito de ser un buen ciudadano. La otra opción era la de escapar para no aguantar la humillación de la exposición. Pero había un inconveniente: tenía que pegar un tirón y dejarse allí media oreja para poder huir, con lo que le quedaría una cicatriz considerable y la oreja nunca volvería a recuperar su aspecto natural, con lo que quedaba marcado de por vida como un ladrón y no tendría oportunidades en ningún sitio en los que intentara empezar de nuevo. Aun así, había gente que optaba por la segunda opción… Este duro y humillante castigo es el origen del término inglés earmarked -traducido del inglés, señalado o designado-, empleado para referirnos a algo o alguien elegido para un propósito específico y concreto.
En la actualidad, Mercat Cross no tiene ningún uso, excepto el de servir como lugar para los anuncios reales. Desde el siglo XVII se mantiene la tradición de anunciar aquí la muerte de un rey y el nombre del sucesor, tres días más tarde del día del fallecimiento, dado que es lo que tardaba un jinete experimentado en recorrer a caballo la distancia entre Londres y Edimburgo. Hoy no es necesario esperar tres días, obviamente en cuestión de segundos se conoce una noticia en todo el planeta, pero la tradición se mantiene. La última vez que tuvo lugar fue con la reina Isabel II en 1952, cuando sucedió en el trono a Jorge VI del Reino Unido.
De entre todos los ladrones que ha visto la capital de Escocia, hubo uno que, por lo curioso y desconcertante de su historia, pasaría a los anales de la crónica negra de Edimburgo, inspirando al mismísimo Robert Louis Stevenson para escribir su archiconocida obra The Strange Case of Dr. Jeckyll and Mr. Hyde -traducido del inglés, El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde (🔗)-. Y es que William Brodie (1741-1788) era un miembro muy respetado de la sociedad de Edimburgo, fabricante de los equivalentes a nuestras cajas fuertes actuales, presidente de la Cámara de Comercio y Canciller de la ciudad. Era conocido por su prestigioso título de Deacon Brodie -traducido del inglés, Diácono Brodie-, o lo que es lo mismo, director de la Corporación de Artesanos y Masones.
Sin embargo, Brodie tenía una ocupación nocturna secreta, algo totalmente desconocido para la mayoría de los habitantes de la ciudad, como líder de una banda de ladrones. Una actividad que era necesaria para mantener su extravagante estilo de vida que incluía dos amantes, numerosos hijos y la adicción al juego. De día, tenía el trabajo perfecto, parte del cual consistía en fabricar y reparar cerraduras y mecanismos de seguridad, y la tentación fue muy grande cuando trabajó en las cerraduras de las casas de sus ricos y acomodados clientes, llevándole a hacer copias de las llaves de las puertas. Eso le permitía después a él y a sus tres cómplices -tres hombres de apellidos Brown, Smith y Ainslie- regresar para robar y desvalijar las viviendas.

El crimen que supuso la caída de la banda fue una incursión armada en la oficina de impuestos de los Juzgados de Chessel, en el Canongate. Brodie planeó el robo él mismo, pero las cosas salieron desastrosamente mal y Ainslie y Brown fueron atrapados, delatando al resto a cambio de un trato. Brodie escapó a los Países Bajos con la intención de huir a Estados Unidos, pero fue arrestado en Ámsterdam y enviado a Edimburgo para su juicio, que comenzó el 27 de agosto de 1788. Sin embargo, al principio se encontró poca evidencia para incriminar a Brodie, hasta que un registro en su casa reveló las herramientas que empleaba para su segunda profesión. El jurado declaró culpables a Brodie y Smith y su ejecución se fijó para el 1 de octubre de 1788.
Brodie fue colgado en una horca que él mismo había diseñado y fabricado el año anterior. Según cuenta la leyenda, sobornó al verdugo para que ignorase un collar de acero que llevaba puesto con la esperanza de que su cuello no sucumbiera a la soga, y además, arregló todo para que su cuerpo fuese retirado rápidamente y pudiese ser revivido a la mayor brevedad posible. Pero al parecer sus planes, si se llevaron a cabo tal y como se cuenta, no surtieron el efecto deseado y fue enterrado en la Iglesia Parroquial de Buccleuch, terminando así con una vida delictiva y asombrosa a partes iguales.
Al igual que con la de Maggie Dickson la medio ahorcada, esta historia también es recordada en el nombre de un pub, el Deacon Brodie’s Tavern, situado en plena Royal Mile a escasos cien metros al oeste de la Catedral.
Además de las historias verídicas contadas -con más o menos exactitud- anteriormente, Edimburgo posee una rica colección de cuentos y leyendas de fantasmas, producto de un imaginario colectivo que vivió tiempos muy convulsos, violentos y donde la brutalidad y la miseria eran los compañeros inseparables de una gran parte de la población de aquellos días. Uno de los hechos sobre los que se apoyan algunas de esas historias fue la construcción del edificio denominado en aquel tiempo Royal Exchange.
Sus obras comenzaron en 1753, y se emplearon como cimientos la trama urbana que conformaban cinco callejones de la ciudad: Stewart Close, Pearsons Close, Allan Close, Craig Close y Mary King’s Close, quedando de ese modo sepultados. De este último, en su día un importante callejón comercial, tomó su nombre la zona, siendo conocido como Mary King’s Close todo el entramado que quedó enterrado bajo las obras. El edificio se levantó con la idea de agrupar en un mismo lugar todos los puestos y tiendas que vendían sus productos en High Street, es decir, algo similar a los centros comerciales que conocemos hoy en día. Pero la idea fracasó y finalmente, en 1811, el ayuntamiento se quedó con el edificio, dándole otros usos muy diferentes de los que estuvieron previstos.
En la actualidad, este entramado de callejones que quedó congelado en el tiempo desde el siglo XVII, forma una red laberíntica bajo el centro histórico de Edimburgo, conocida como la Ciudad Subterránea de Edimburgo (🔗). Fue clausurada y cerrada al público durante mucho tiempo, convirtiéndose en fuente de inspiración para mitos y leyendas sobre los fantasmas de aquellos que murieron durante las epidemias de la peste, y de las numerosas víctimas de asesinato que perecieron en aquellos oscuros e insalubres callejones, conocidos como closes.
Imagen tomada de whatsoninedinburgh.com Imagen tomada de realmarykingsclose.com
Edimburgo no solo posee un enorme patrimonio en tradiciones, historias, cuentos y leyendas. Es además un importantísimo destino turístico con multitud de atracciones para visitar. Tantas, que en un par de días es casi imposible recorrer todo lo que la capital de Escocia ofrece al visitante. Máxime, teniendo en cuenta que solamente la visita estándar al Castillo puede durar fácilmente medio día. Voy a enumerar algunos de los puntos de interés que, a mi juicio, son de visita obligada en Edimburgo. Nosotros hicimos las visitas en varias veces aprovechando que vivíamos en la ciudad vecina de Glasgow, y en más de dos días, visitando en repetidas ocasiones la ciudad, de modo que pudimos admirar y contemplar tranquilamente todos los lugares, con la tranquilidad de poder volver en otra ocasión y continuar con la visita. Es cierto que para alguien que venga, por ejemplo, de España y disponga tan solo de un par de días, no es fácil visitar siquiera la mitad de la lista que citaré a continuación, de modo que supongo que no le queda más remedio que elegir el itinerario de entre todo lo que puede leer a continuación:
Castillo de Edimburgo
Esta antigua fortaleza construida sobre una roca de origen volcánico conocida como Castle Rock, está ubicada en el centro de la ciudad de Edimburgo y su gestión corre a cargo de Historic Environment Scotland (🔗), un organismo público encargado de la investigación, el cuidado y la promoción del entorno histórico de Escocia. Su uso ha sido militar desde el siglo XII, adquiriendo carácter civil ya en época muy reciente. Domina la Ciudad Vieja desde lo alto de la escarpada colina sobre la que se asienta, y sus muros defensivos se unen con la roca madre como si fueran una única entidad. La ciudad y su nombre surgieron del castillo, con las primeras casas construidas a su alrededor en el área ahora conocida como Lawnmarket.
Tres de sus lados están protegidos por imponentes acantilados y el acceso a la fortaleza, por su cara este, es una calle de considerable pendiente ascendente. Durante la Edad Media se convirtió en el principal castillo de Escocia, asumiendo el papel de centinela del país. En él se acuartelaron tropas y se almacenaron las joyas de la corona, y sus muros sufrieron el asedio de los ingleses en repetidas ocasiones. No voy a relatar aquí toda la historia de esta imponente construcción porque eso sería alargar el artículo hasta lo indecible, así que aquí dejo el enlace al sitio web oficial (🔗) de este impresionante lugar, uno de los más visitados y fotografiados de toda Escocia.

Royal Mile
Esta avenida, que comunica el Castillo con el Palacio de Holyroodhouse, está ubicada en pleno corazón de la Ciudad Vieja –Old Town– de Edimburgo. Su longitud, 1.814,2 metros, da origen a la milla escocesa, una curiosa unidad de medida bastante desconocida fuera de la ciudad. De la vía principal salen numerosos callejones –closes– y patios –courts-, pudiéndose respirar a través de ellos el arraigado espíritu medieval de esta parte de la capital escocesa. Es una de las principales atracciones de la zona antigua de Edimburgo y la equivalente a Princes Street de la Ciudad Nueva –New Town-.

A lo largo de la Royal Mile destacan cuatro zonas o distritos más o menos bien diferenciados. La primera de ellas es Castlehill, la más cercana al Castillo y la más antigua de Edimburgo, siendo ésta el origen de la ciudad. En ella destacan edificios como The Hub (🔗), una iglesia reconvertida en la sede del Festival de Edimburgo, con su torre en forma de aguja.

La segunda zona es Lawnmarket, un tramo de poco más de 100 metros en el que hasta el siglo XVII se celebraba un mercado de lino y que separa Castlehill de Bank Street, donde se hallan las actuales oficinas centrales de Bank of Scotland. En esta zona se encuentra Gladstone’s Land (🔗), una casa propiedad de un comerciante del siglo XVII que ha sido rehabilitada para ser convertida en un lugar de interés turístico. A día de hoy la calle está orientada al negocio de la hostelería y al comercio sobre todo de souvenirs, con multitud de tiendas, restaurantes, cafeterías y pubs.

A continuación está High Street, donde se encuentran varios símbolos de la ciudad, entre ellos la Catedral de San Giles y el corazón de Midlothian, un mosaico en forma de corazón ubicado junto a la esquina noroeste de la Catedral, donde se situó la antigua prisión de Edimburgo desde finales del siglo XIV hasta 1817, año en que fue demolida. La cárcel, conocida como The Old Tolbooth -traducido del escocés arcaico com El Viejo Ayuntamiento– llegó a ser inmortalizada por sir Walter Scott en su novela titulada The Heart of Midlothian. En las puertas de la prisión se reunían los ciudadanos para presenciar los ahorcamientos públicos y escupir a los condenados. Y lo de escupir es una tradición que ha pervivido hasta la actualidad entre los locales y los turistas, ya que es tradición hacerlo sobre el corazón de mosaicos -único sitio de la vía pública donde está permitido y la policía no sanciona por ello-, según algunos porque trae buena suerte, según otros en señal de enfado o porque se ha tenido un mal día. Ustedes deciden por qué, pero es un ritual casi obligatorio hacerlo si se visita esta parte de Edimburgo.
Saint Giles’ Cathedral, en High Street Corazón de Midlothian
Y por último nos encontramos con Canongate, cuyo origen se remonta al año 1143, cuando el rey David I de Escocia autorizó a la Abadía de Holyrood fundar un barrio separado de Edimburgo, desarrollado y controlado por la propia Abadía hasta que tuvo lugar la Reforma escocesa, cuando quedó bajo el control de las autoridades civiles. En 1636 Edimburgo compró el Canongate, aunque siguió siendo un burgo semiautónomo bajo su propia administración. En 1856 se incorporó formalmente a la ciudad de Edimburgo, pasando a ser un barrio de la misma. En Jeffrey Street se levantaba la muralla que dividía ambos burgos, pudiéndose observar en el cruce entre ésta y la Royal Mile algunos baldosines metálicos que dan a entender la antigua ubicación de las puertas de la ciudad.

St Giles’ Cathedral
Este templo religioso, erigido a partir del siglo XII sobre un antiguo santuario del siglo IX, es comúnmente conocido como High Kirk of Edinburgh -la Gran Iglesia de Edimburgo-, siendo su elemento más característico la cúpula en forma de corona real. Considerada la Iglesia Madre del Presbiterianismo -reforma religiosa dentro del protestantismo que remonta sus orígenes a Gran Bretaña, particularmente a Escocia-, no tiene oficialmente el título de Catedral por la inexistencia de esta distinción en la Iglesia de Escocia y por carecer de obispo, aunque sí gozó de este título en el pasado. El edificio actual, de estilo gótico, data del siglo XV, reconstruido después de que el anterior sufriera un devastador incendio provocado por los ingleses en 1385 y está dedicado a San Giles, santo patrono de la ciudad de Edimburgo y muy popular en la Edad Media, principalmente entre los tullidos y leprosos. Está listado dentro de la Categoría A de edificios históricos –Category A: «buildings of national or international importance, either architectural or historic, or fine little-altered examples of some particular period, style or building type.»-, o lo que es lo mismo, edificios de importancia nacional o internacional que constituyan un ejemplo poco alterado de algún período particular, estilo o tipo de edificio.

A finales del siglo XIX, el Lord Provost de Edimburgo promovió y financió una restauración con el objetivo de convertir la iglesia en un templo de importancia nacional, algo así como la Abadía Westminster escocesa, limpiándose y retirándose antiguas paredes y galerías y volviendo a crear un único espacio interior por vez primera desde principios del siglo XVII. En el año 2002 fue descubierto en una de las zonas más antiguas del edificio, concretamente sobre el Pasillo de la Santa Cruz, un hueso de brazo humano, que según se cree podría pertenecer a San Giles. Esta teoría podría estar respaldada por los registros de la Catedral, que muestran que en 1454 un noble regaló al templo una reliquia, siendo ésta un hueso del brazo del santo.
Como todos los grandes templos religiosos, fue construido originalmente con planta de cruz, aunque los añadidos posteriores de las capillas han terminado ocultando esta forma. Aún así, a vista de pájaro -o de dron- puede verse la forma primigenia de cruz, eso sí, con los brazos más largos de lo habitual que en las cruces cristianas. Una vez dentro del edificio, pueden admirarse las hermosas vidrieras que proyectan un juego de luces y colores que dan un aspecto mágico y místico a la estancia. En la esquina sureste de la iglesia está ubicada la famosa Thistle Chapel -traducido del inglés, la Capilla del Cardo-, una pequeña pero elegantísima capilla con extraordinarios detalles, construida entre 1909 y 1911 por la Antiquísima y Nobilísima Orden del Cardo -una orden de códigos de caballería escocesa, la cual representa el más alto honor en Escocia-. Entre la rica decoración, puede observarse una figura representando a un ángel tocando la gaita. Aquí dejo el enlace a la página web oficial (🔗) de la Catedral, donde se puede leer más acerca de su historia y donde figura toda la información relativa a visitas y horarios, oficios religiosos, eventos…

Thistle Chapel. Imagen tomada de atlasobscura.com Thistle Chapel. Imagen tomada de bbc.co.uk
Grassmarket
Esta histórica plaza de planta rectangular ha sido, desde 1477, uno de los principales mercados de Edimburgo, dedicado principalmente a la venta de caballos y ganado, y también un lugar tradicional para las ejecuciones públicas, donde se ajusticiaba a los culpables colgándolos de una horca. Está situada en el casco antiguo de la ciudad, en una especie de agujero y muy por debajo de los niveles de suelo circundantes. El Grassmarket (🔗) se encuentra directamente debajo del Castillo de Edimburgo, y la vista hacia el norte, dominada por éste, ha sido durante mucho tiempo la inspiración de pintores y fotógrafos, por lo que es una de las imágenes más icónicas de la ciudad.

Como punto de encuentro para comerciantes y ganaderos, el Grassmarket fue además un lugar de tabernas, hosterías y alojamientos temporales, un hecho que todavía se refleja en el uso de algunos de los edificios circundantes. El mercado cerró en 1911 cuando un nuevo matadero municipal reemplazó a los viejos ya existentes. En la actualidad, este espacio urbano es un lugar con gran sabor y carácter, flanqueado por edificios que mantienen en gran medida su arquitectura original con plantas bajas ocupadas por restaurantes, pubs y cafeterías que hacen de esta zona una de las más animadas de Edimburgo.
Victoria Street
Esta calle, con una longitud de aproximadamente 190 metros, enlaza la parte baja del centro histórico con la parte alta mediante un trazado curvo y en continua pendiente, abriéndose en su parte inferior a la plaza de Grassmarket. Fue construida entre 1829 y 1934, como parte de una serie de mejoras en el casco antiguo, con el objetivo de mejorar el acceso a la ciudad.
Algo curioso de esta calle, y que llama bastante la atención al visitante, es que tiene dos fachadas totalmente diferenciadas y a distinto nivel, algo que permite la existencia de una segunda calle alta paralelamente sobre la principal, de ancho pavimento empedrado y por el cual circula el tráfico rodado. Los edificios de ambas fachadas son diferentes en su arquitectura y tipología constructiva, en el color de sus paramentos y en su uso, ya que los edificios bajos son exclusivamente comerciales, albergando tiendas, bares, restaurantes y cafeterías.
Con sus coloridas y alegres fachadas y su curiosa ordenación urbanística, Victoria Street (🔗) es una de las calles más singulares y fotografiadas de Edimburgo y una visita imprescindible, incluida en los recorridos turísticos que a diario recorren la Ciudad Vieja.
Galería Nacional de Escocia
La Scottish National Gallery (🔗) -en inglés- es una galería de arte con sede en un elegante edificio de estilo neoclásico, inaugurado en 1859 y situado en la colina conocida como The Mound, junto a Princes Street. Está dividido en tres plantas, en las cuales se exponen valiosísimas obras de arte de maestros europeos de la talla de Tiziano, El Greco, Velázquez, Rubens, Van Gogh y Monet, entre muchos otros.
La Galería Nacional, vista desde Mound Place
La Galería Nacional vista desde el Castillo, con Calton Hill al fondo y Edinburgh Waverley Station a la derecha de la imagen
Posee además unas instalaciones donde se hacen labores de investigación, conservación y mantenimiento sobre la Colección de Dibujos y Grabados, con más de 30.000 obras de arte que abarcan el periodo entre el Renacimiento y finales del siglo XIX, y una biblioteca poseedora de un valioso catálogo de aproximadamente 50.000 volúmenes procedentes del periodo comprendido entre el siglo XIV y principios del XX.
Una auténtica joya desde el punto de vista tanto arquitectónico como artístico y de patrimonio, que no deja indiferente a nadie y que, por añadidura, es de entrada totalmente gratuita. Un lugar no solo de interés turístico y cultural, sino también de visita obligada en esta magnífica ciudad.

Princes Street Gardens
Princes Street -traducido del inglés, Calle de los Príncipes– recibe su nombre en honor a los dos hijos del rey Jorge III del Reino Unido, el duque de Rothesay y Federico Augusto de Hannover. Ubicada en New Town -Ciudad Nueva- es, junto con la Royal Mile, en Old Town, una de las calles principales de Edimburgo. Tiene una longitud aproximada de kilómetro y medio y constituye una de las arterias principales de la ciudad.
Junto a esta importante vía está Princes Street Gardens, el parque urbano más importante del centro de Edimburgo, que además separa la Ciudad Vieja de la Ciudad Nueva. Tiene una superficie aproximada de 150.000 metros cuadrados, dividida en dos partes -Princes Street Gardens West y Princes Street Gardens East- por The Mound, la colina artificial sobre la que se encuentra la Galería Nacional de Escocia.
Antes que los jardines, en esa gran superficie estuvo el lago más importante de la capital escocesa, el Nor Loch –North Loch, traducido del inglés, el Lago Norte-. Este lago fue utilizado como una defensa natural, a modo de foso para reforzar la estructura fortificada del Castillo. Desde la Edad Media hasta su desaparición ya en el siglo XIX, las aguas del Nor Loch sirvieron para comprobar la condición de bruja, para hacer desaparecer cadáveres y como vertedero, además de como fuente de agua para el consumo humano -todo a la misma vez-, constituyendo un foco de enfermedades, plagas y brotes de peste que golpearon a la población de la ciudad en repetidas ocasiones. El drenaje del lago dio paso a estos magníficos jardines, que se inauguraron en el año 1820.

Uno de los mayores atractivos de este parque es la Ross Fountain -traducido del inglés, Fuente de Ross– una fuente decorativa realizada en hierro y situada en la parte oeste de los jardines. Está decorada con figuras que incluyen sirenas y cuatro mujeres que representan a la ciencia, las artes, la poesía y la industria. Otra figura femenina corona todo el conjunto. La fuente fue instalada en 1872, tras haber sido expuesta en la Exposición Universal de Londres de 1862.

Monumento a sir Walter Scott
Este magnífico monumento -enlace al sitio web aquí (🔗)– de estilo gótico se construyó como homenaje al célebre poeta, editor y novelista escocés sir Walter Scott, en Princes Street Gardens. Se inauguró en 1846 y es, con sus 61,10 metros de altura, el monumento más alto erigido para conmemorar a un escritor. El color oscuro, ennegrecido, le da un plus de belleza y un aspecto muy singular, complementado con la curiosa decoración a base de los sesenta y cuatro personajes de las novelas creadas por el escritor. Bajo la construcción, se erige una estatua del propio Walter Scott, realizada en mármol blanco, creando un notorio contraste con la enorme estructura que la abriga.
El ascenso hasta la coronación del monumento debe hacerse a través de los 287 escalones, ascendiendo por una escalera de caracol a lo largo de la cual las pareces van estrechándose e inclinándose. Una vez arriba, puede disfrutarse de una vista bastante espectacular de la ciudad de Edimburgo.
El arquitecto que diseñó el monumento fue George Meikle Kemp, cuya profesión real era la de ebanista y dibujante técnico y no la de arquitecto, aunque estudio y aprendió arquitectura de forma autodidacta. Como el hecho de no ser arquitecto titulado podía valerle la descalificación del concurso público para elegir el diseño de la estructura, usó el pseudónimo de John Morvo, el arquitecto de la Abadía de Melrose y la Capilla Rosslyn -ambas en Escocia-. Hubo cincuenta y cuatro competidores, de los cuales se escogieron como finalistas a tres: los arquitectos ingleses Thomas Rickman y Charles Fowler y el desconocido John Morvo. No se sabía quién podía ser este último, así que se hicieron indagaciones entre los arquitectos de Edimburgo. La identidad real de Kemp fue descubierta y entonces, los otros dos finalistas y muchos otros competidores protestaron enérgicamente, aduciendo a que alguien tan inexperto que ni siquiera tenía la profesión de arquitecto, hubiese sido uno de los ganadores. Alguien llegó a decir que la inexperiencia de Kemp era tal que ni siquiera había construido un establo para vacas. Kemp presentó entonces una versión mejorada de su diseño bajo su propio nombre y, después de la deliberación del comité, el 28 de marzo de 1838, Kemp fue anunciado como el ganador.

Kemp fue ganando el reconocimiento público conforme la hermosa estructura iba tomando forma y se acercaba a su culminación. Sin embargo, durante la noche del 6 de marzo de 1844, mientras caminaba bajo una densa niebla hacia su casa después de una reunión con el constructor, Kemp cayó al Union Canal y murió ahogado. Su cuerpo fue encontrado el lunes siguiente cerca de la destilería Lochrin, en Fountainbridge. Las circunstancias de su muerte no han sido explicadas. No se consideró el suicidio como la causa, aunque sí otras teorías como la embriaguez, un atraco por parte de unos delincuentes o la niebla que le hizo desorientarse y caer al canal. Lo que sí es cierto es que a día de hoy todavía no se han esclarecido los hechos y que el genial arquitecto autodidacta George Meikle Kemp no pudo ver su magnífica obra completada.

Calton Hill
Esta colina, incluida en el Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO y situada al este de la Ciudad Nueva, al final de la famosa calle Princes Street, es uno de los lugares más visitados, célebres, fotografiados y desde el que más fotografías panorámicas se toman de todo Edimburgo. Dado su carácter de mirador y las vistas tan espectaculares que ofrece, es digno de ser visitado tanto de día como de noche, con unas perspectivas muy diferentes pero ambas de una belleza sin igual. Es conocida popularmente como la Atenas del Norte, aunque este apodo es más bien para la totalidad de la ciudad, dado que durante el siglo XVIII tuvo lugar el auge intelectual denominado Ilustración Escocesa, de la cual surgió un buen número de pensadores y escritores, autores de algunas de las obras cumbres de la literatura británica y universal.

En Calton Hill están ubicados algunos de los monumentos y edificios más icónicos de Edimburgo, como son el Monumento Nacional (🔗), con una clara inspiración en el Partenón de Atenas y diseñado entre 1823 y 1826 por Charles Robert Cockerell y William Henry Playfair, arquitectos de reconocido prestigio en el siglo XIX. Su construcción comenzó en 1826 con la idea de homenajear a los soldados y marineros escoceses que murieron luchando en las Guerras Napoleónicas. Debido a la falta de fondos, se dejó sin terminar en 1829. El que estaba destinado a ser el símbolo del orgullo escocés y símbolo de la capital terminó recibiendo el apodo de el monumento de la vergüenza. Aún así, con el tiempo cumplió su cometido y llegó a convertirse en uno de los lugares más simbólicos y representativos, además de visitados y fotografiados, de Edimburgo.

El Observatorio de la Ciudad –City Observatory (🔗) en inglés-, también conocido como el Observatorio de Calton Hill, fue un observatorio astronómico construido a principios del siglo XIX, cuyo diseño, inspirado en un templo griego, fue obra del arquitecto William Henry Playfair en 1818. Finalmente fue clausurado en 2009, cuando la Sociedad Astronómica de Edimburgo se mudó a las instalaciones de Blackford Hill y los antiguos edificios del Observatorio volvieron de nuevo a ser gestionados por The City of Edinburgh Council -Ayuntamiento de Edimburgo-. Tras su remodelación, el lugar fue convertido en un museo de arte contemporáneo y restaurante con vistas panorámicas.

El Monumento a Nelson (🔗), una torre conmemorativa en honor del Vicealmirante Horation Nelson, que proporciona una terminación dramática e imponente a la vista a lo largo de Princes Street desde su lado oeste. El monumento fue construido entre 1807 y 1816 para conmemorar la victoria de Nelson sobre las flotas francesa y española en la Batalla de Trafalgar en 1805, y su propia muerte en la misma batalla. En 1852 se agregó una bola de tiempo -dispositivo de señalización ya obsoleto, reemplazado por modernas señales de tiempo electrónicas-, sincronizada con el cañón disparado desde el Castillo de Edimburgo. El monumento fue restaurado en 2009.

El Monumento a Dugald Stewart, un monumento al filósofo escocés Dugald Stewart (1753 – 1828), diseñado por el arquitecto escocés William Henry Playfair basándose en la Linterna de Lisícrates de Atenas -también conocida como Monumento de Lisícrates y Monumento Corégico de Lisícrates- y terminado de construir en septiembre de 1831. Es un templo circular de nueve columnas corintias estriadas, alrededor de una urna elevada, en un podio circular.

Palacio de Holyroodhouse y Abadía de Holyrood
El Palacio de Holyroodhouse (🔗), comúnmente conocido como Holyrood Palace, es la residencia oficial del monarca británico en Escocia, la Reina Isabel II. Está ubicado en la parte inferior de la Royal Mile, en el extremo opuesto al Castillo, y ha servido como residencia principal de los reyes y reinas de Escocia desde el siglo XVI. La Reina Isabel pasa una semana en esta residencia al comienzo de cada verano, donde lleva a cabo una serie de compromisos y ceremonias oficiales. Los apartamentos históricos del siglo XVI de Mary, Queen of Scots y State Apartments están abiertos al público durante todo el año, excepto cuando los miembros de la familia real están en la residencia. Considerado una joya de la arquitectura clásica, posee una impresionante decoración barroca en su interior, que exhibe una gran riqueza en muebles de época, tapices y retratos reales. La Great Gallery, una imponente sala de cuarenta y cuatro metros de longitud, alberga noventa y seis retratos de los miembros de la dinastía.

La Abadía de Holyrood –Holyrood Abbey (🔗), en inglés- es una abadía agustina fundada en 1128 por el rey David I de Escocia. Durante el siglo XV, la casa de huéspedes de la abadía se convirtió en residencia real, y después de la Reforma escocesa, lo que ya era el Palacio de Holyroodhouse se amplió aún más. La iglesia de la abadía fue utilizada como iglesia parroquial hasta el siglo XVII, momento a partir del cual cayó en el olvido y el abandono. Los muros restantes de la abadía se encuentran adyacentes al palacio, dotando al lugar de un potente halo de misterio y romanticismo.

Real Jardín Botánico de Edimburgo
Este maravilloso parque -enlace al sitio web aquí (🔗)-, ubicado a escasos veinte minutos caminando hacia el norte desde el Monumento a Walter Scott, fue fundado en 1670 como un jardín para cultivar plantas medicinales, siendo en la actualidad un importante centro científico para el estudio de las plantas, su diversidad y conservación, así como una popular atracción turística. Inicialmente ubicado en Holyrood, en 1820 fue trasladado a Inverleith en un intento por alejarlo de la creciente contaminación que iba afectando a la ciudad.
Su superficie de veintiocho hectáreas está dividida en zonas, cada una de ellas dedicada a un tipo de vegetación, destacando entre ellas el Jardín Conmemorativo de la Reina Madre, el Jardín Arbolado y la Rocalla. También están los invernaderos -Glasshouses-, con una variedad de más de 2.400 plantas provenientes de los más exóticos lugares del planeta.

Imagen tomada de geograph.org.uk Chinese Hillside. Imagen tomada de geograph.org.uk
En este artículo he intentado explicar y reflejar lo mejor posible lo más destacado de esta maravillosa ciudad, y no solo sus atracciones turísticas, que son muchas, sino también algunos de los capítulos más conocidos -y algunas veces desconcertantes- de su dilatada historia. Un majestuoso e imponente castillo, palacios, templos religiosos, monumentos, museos, animadas calles turísticas y comerciales, fantásticos parques y hasta una ciudadela subterránea del siglo XVII. Atractivos más que suficientes para hacer de Edimburgo uno de los destinos turísticos más célebres ya no solo de Escocia y el Reino Unido, sino también de toda Europa. Una visita digna de varios días para poder saborear toda su esencia, la pervivencia de sus costumbres, sus tradiciones y su carácter medieval, sin llegar a eclipsar a su otra gran personalidad, la culta y refinada que le valió el apodo durante los siglos de la ilustración de la Atenas del Norte.
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Un gran artículo !
Gracias, me alegro que te haya gustado. Cuando todo esto acabe, tenemos pendiente una o varias visitas a la ciudad… 😉